Una situación infernal - Juan José Millás El País 16 AGO 2012
Se conocían desde los tiempos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde hicieron buenas migas ya que los dos eran partidarios de la Inquisición
Benedicto XVI y Tarsicio Bertone no son como un presidente y un vicepresidente, o como un jefe de Estado y un primer ministro. No son, en fin, como Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, o la reina de Inglaterra y David Cameron, pero casi. Quiere decirse que Bertone manda mucho, manda incluso más que el Papa porque es el que está en la cocina, en la trastienda, es el hombre en la sombra de Ratzinger, vale decir el hombre en la sombra de Dios, lo que desde el punto de vista del poder es la hostia.
Oficialmente, Bertone es secretario de Estado Vaticano y cardenal camarlengo, lo que en la práctica significa llevar la organización interior y exterior de la Iglesia: todo ese papeleo del que precisa Dios, que es un burócrata, para comunicarse con sus criaturas. Pero significa también el control del dinero: los ingresos, los gastos, las inversiones en armas, en fondos de alto riesgo o en fábricas de condones. El cardenal camarlengo dirige el blanqueo de capitales al que es tan aficionado el IOR y sabe por qué de vez en cuando aparece un banquero del Todopoderoso colgado debajo de un puente. En otras palabras, se ocupa también de las relaciones con la mafia, asunto enormemente delicado en una institución cuyo reino no es de este mundo.
En calidad de camarlengo, cuando muere el Papa, hace una cosa muy rara, que es colocarse a la derecha del cadáver y llamarlo por su nombre y apellidos tres veces con una diferencia de tres minutos entre llamada y llamada. El ritual pone los pelos de punta al más pintado porque aunque tú sabes que el Sumo Pontífice está muerto, pues se le ha afilado la nariz, que es lo primero que se le afila a los papas difuntos desde Pío XII, siempre cabe la posibilidad remota de que se levante y pregunte quién le llama, como cuando telefoneas al móvil de un recién fallecido, que se te hiela la sangre en las venas (¿dónde si no?) mientras escuchas los tonos de llamada. Lo normal es que al final salte una voz diciendo que el aparato está fuera de cobertura, porque en el infierno no hay antenas de telefonía móvil, que dan cáncer, pero se te hacen eternos esos segundos, sobre todo si el difunto ha sido enterrado con el teléfono, costumbre que empieza a generalizarse porque se considera que el móvil es ya una extensión del propio cuerpo.
Se hace eterno, decíamos, el tiempo que pasa entre que marcas el número de mamá, que en paz descanse, y la voz de la telefonista informándote de que mamá atraviesa una zona de sombra (¿la laguna Estigia?). Pues imagínense los tres minutos de silencio, tres, que se producen entre la apelación y apelación del camarlengo, con el Papa de cuerpo presente y en su cama, en la cama donde ha dormido cada noche, rodeado por tanto de sus cosas más íntimas (quizá tenga un orinal de plata) que huelen a rancio, como la intimidad de cualquiera, sea Papa o ingeniero informático. Un sinvivir, nunca mejor dicho, porque la actuación se lleva a cabo además en una atmósfera muy lúgubre, con aroma a cera y a incienso revenido, quizá a azufre, pues el diablo no se pierde ni atado este ceremonial, donde ya empieza a mover los hilos para influir en la elección del sucesor.
Si el Papa muerto no contesta, que ya decimos que es lo normal, el camarlengo toma un martillo de plata con el que golpea tres veces la frente del cadáver, para ver si tampoco responde a los estímulos de orden físico. Cada cultura tiene sus métodos. Entre nosotros está muy extendida la costumbre de colocar un espejo frente a la boca del extinto para ver si respira. En la enciclopedia Espasa viene otro procedimiento muy seguro consistente en aplicar la llama de una cerilla encendida al dedo gordo del pie del difunto. Si el dedo se hincha y estalla, significa que está vivo.
Pero no nos desviemos de nuestros intereses. Decíamos que el camarlengo es el encargado de certificar el óbito del Papa, lo que le otorga un protagonismo fúnebre de muerte. Y el Papa es, por su parte, quien elige en vida a la persona encargada de llevar a cabo toda esta liturgia de despedida. Lo lógico es que elija a un amigo del alma, a alguien de mucha confianza, a un cardenal que pronuncie su nombre con respeto, incluso con cariño, no va a nombrar a alguien que le rompa la frente a golpes con el martillo de plata.
No.
Benedicto XVI pensó en Bertone porque se conocían desde los tiempos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde coincidieron e hicieron buenas migas ya que los dos eran partidarios de la Inquisición, que es como se llamaba antiguamente este departamento. De modo que cuando Ratzinger ascendió al papado se lo llevó consigo y le confió estos dos ministerios, el de las finanzas y el de las pompas fúnebres, que es como si en un Gobierno de España te dieran ahora mismo Economía, Hacienda e Industria.
En principio no fue mala idea. De hecho, todo iba bien de cara a la galería hasta que a finales de mayo fue detenido Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa. La sorpresa fue enorme porque no sabíamos que el Papa tuviera mayordomo, Cristo no lo tuvo, aunque según algunos fue Judas, de ahí el rencor de clase que le condujo a lo que le condujo. El caso es que el Papa no solo tenía mayordomo, sino que lo había sacado de una novela policiaca de tercera, en la que en el primer capítulo ya sabes quién es el asesino. El asesino, en una primera lectura, era Paolo Gabriele, a quien Su Santidad llamaba cariñosamente Paoletto. Pues bien, resultó que el fiel Paoletto tenía los armarios llenos de documentos comprometedores para la curia, algunos de los cuales se habían filtrado a la prensa con resultados catastróficos desde el punto de vista de la imagen del papado actual.
Y aquí es donde de súbito salta también al primer término la figura de Tarsicio Bertone, el cardenal que estaba en la cocina, el prelado que vivía en la trastienda de la SL revisando la contabilidad creativa del Vaticano, el hombre que vivía en la sombra, que apenas salía en los periódicos, pero que era la mano que mecía la cuna. Uno podría presumir de haber entendido la trama de la obra, pero la verdad es que no ha entendido nada, excepto que se trata de una novela de intriga en la que el mayordomo, tras una segunda lectura, parece actuar de chivo expiatorio y en la que la supuesta víctima, Benedicto XVI, permanece atada a su presunto victimario, Tarsicio Bertone, por lazos que le impiden cesarlo fulminantemente de su cargo. Quiere decirse que le destrozará la frente a martillazos. Una situación infernal en la mismísima embajada del cielo.
viernes, 24 de agosto de 2012
martes, 21 de agosto de 2012
España en crisis SOBRE EL APOCALIPSIS Y LOS CHORIZOS
Rosa Montero - El País Semanal 19 de Agosto de 2012
Escribo este artículo en la misma semana en que la revista The Economist ha sacado su tremenda portada sobre España (el dibujo de un toro de lidia erizado de banderillas que espera cabecigacho y ya sin fuerzas la estocada de muerte, y por encima de él la palabra Spain con la “ese” cayéndose, de modo que sólo queda “pain”, o sea, “dolor”) y mientras el Consejo General del Poder Judicial discute si paga la indemnización de 208 mil euros a Dívar o no. Este texto tardará varias semanas en publicarse, y no sé si para entonces, para ahora que lo está leyendo, Dívar tendrá los riñones un poco más forrados y España se habrá hundido un poco más en el agujero.
Pero el caso es que me he quedado reflexionando en medio de este duro e inolvidable verano que estamos viviendo. Y lo primero que he pensado es que los Apocalipsis son comunes en la vida de los humanos. Quiero decir que esta percepción de vertiginosa caída hacia la catástrofe es algo que se ha experimentado de manera habitual a lo largo de la historia. Así se sintió media Humanidad a principios de la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler parecía dominar la Tierra; o en el crash del 29; o en la Primera Guerra y la epidemia de gripe. Cada vez que los vikingos o los bárbaros o los corsarios arrasaban un pueblo llegaba el Apocalipsis. Pero luego la vida seguía, siempre ha seguido, con más o menos daños, con mayores o menores bajas, pero con esa tenacidad y esa potencia soterrada que la vida tiene. Este momento en el que estamos no puede ser peor; lo que sí creo es que estamos más blandos, más desacostumbrados a la lucha. Tal vez en las últimas décadas hayamos vivido demasiado protegidos. Ha sido un buen regalo del destino, me alegro de ello, pero puede que eso haga que todo nos asuste más de lo debido.
Porque son malos tiempos, desde luego, y sin duda mucha gente está sufriendo. Pero podremos con ello. Quizá en el llamado milagro de la Transición española hubo una suerte de espejismo o de borrachera: éramos muy pobres, lo recuerdo bien, y de repente en 15 o 20 años nos hicimos muy ricos. Qué velocidad tan supersónica. Ahora pienso que quizá nunca fuimos de verdad tan ricos, y que seguramente ahora tampoco somos tan pobres. Hay un tiempo para cada cosa, como dice el Eclesiastés, y creo que nos ha llegado el momento de la realidad y la madurez. Del cambio de sociedad y del compromiso. Porque yo también estoy harta de los políticos, de los diputados con cinco casas en Madrid que cobran dietas de alojamiento, de los infinitos asesores que todos tienen y que pagamos los ciudadanos; estoy harta de los escándalos y la desvergüenza y la marrullería y de que haya personajes que, como Dívar, después de darse una vida opípara a cuenta de nuestros bolsillos, digan que dimiten “sin conciencia de culpa”. Esto es: me indigna y escandaliza que se atrevan siquiera a mencionar la palabra conciencia.
Pero la cuestión es que el problema no es sólo de ellos; no es que haya, por un lado, una panda de mangantes despreciables y por otro un pueblo inocentísimo. Porque, si bien estoy convencida de que, en su conjunto, nuestra sociedad es más decente que sus dirigentes, también creo que todos tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras líneas de sombra, de la tendencia al amiguismo, al enchufe, a ese sectarismo que hace que votemos una y otra vez a declarados chorizos, tanto en el PP como en el PSOE o IU (y no es sólo cuestión de ideología, sino también interés personal, porque para eso son los nuestros y nos van a favorecer, nos van a dar empleo, prebendas, negocios, subvenciones). Por no hablar de las muchas ocasiones en que se utiliza eso del “¿con IVA o sin IVA?”, o se aceptan regalos dudosos, o se comete ese sinfín de pequeñas irregularidades que tan habituales son en la sociedad española, porque, a fin de cuentas, todos lo hacen y los poderosos lo hacen mucho más. Y es verdad, los poderosos roban más, pero lo malo es que participar de la pequeña marrullería reafirma la corrupción grande y es lo que a la postre permite que los Dívar digan con toda tranquilidad que tienen la conciencia limpia (o simplemente que tienen conciencia). No sé, me da la sensación, quizá injusta, de que los más violentos ante la crisis, aquellos que sólo se enfurecen con los políticos y se dedican a escupir a la delegada del Gobierno o a romper coches, tal vez luego sean los que más irregularidades cometan personalmente. En resumen: podemos salir de la crisis, pero creo que, para eso, además de exigir justicia (cárcel para los banqueros de las preferentes, por ejemplo), también hay que asumir las propias responsabilidades. Y cambiar, y comprometerse en la regeneración, y ser solidarios.
viernes, 10 de agosto de 2012
Los jornaleros andaluces y la significativas diferencias de sensibilidad ante el robo
Juan Torres López - 09 de agosto de 2012
A ninguna persona nos gusta que nos quiten lo que es nuestro. Tanto
es así que desde tiempo inmemorial los seres humanos nos hemos dado
normas e instituciones para evitarlo y para castigar a quien lo haga.
Comprendo, por tanto, el enojo de los propietarios de los
supermercados donde un grupo de jornaleros andaluces han sustraído
comida. Aunque el objetivo sea noble, ya he dicho que a nadie le gusta
que le quiten lo suyo y entiendo, pues, que hayan dado parte a las
autoridades.
Incluso entiendo que éstas se hayan movilizado enseguida y que los
dirigentes de algunos partidos hayan pedido rápidamente que se castigue a
los culpables. Es lo que ha hecho el portavoz adjunto del Partido
Popular en el Congreso, Rafael Hernando, quien afirmó que espera que el
diputado de Izquierda Unida, Juan Manuel Sánchez Gordillo, sea
denunciado por robo porque, según ha dicho, “las
leyes se tienen que cumplir y tiene que tener conductas ejemplares.
Esta forma de protestas me parecen lamentables y espero que la Justicia
tome cartas en el asunto“las
leyes se tienen que cumplir y tiene que tener conductas ejemplares.
Esta forma de protestas me parecen lamentables y espero que la Justicia
tome cartas en el asunto”.
Ya digo que me parece normal. Pero lo que, sin embargo, no me parece
tan normal es que estas autoridades y los políticos que se han
escandalizado tanto por el hurto de los jornaleros sean tan poco
sensibles a otros robos mucho más grandes que ocurren a diario en
nuestro país. Es decir, que se enrabien tanto por un hurto de poca monta
y no persigan los grandes robos y estafas.
Veamos:
Supongamos que los jornaleros llenaron cada uno de los carros con
comida por valor de 300 euros cada uno (lo que significaría, por cierto,
que la cantidad total hurtada es muy pequeña para Carrefour y Mercadona, pues
entre ambas empresa obtuvieron 845 millones de euros de beneficios en
2011, y si suponemos que recogieron 25 carros de comida resulta que con
ese beneficio se podrían llenar 2,8 millones de carros con comida por
valor de 300 euros cada uno).
Comparemos ahora este hurto con otros tres robos de los que se han producido o se producen día a día en España:
a) Robo de las compañías eléctricas.
El ingeniero Antonio Moreno ha demostrado que “cada día que pasa sin
que el Gobierno apruebe la normativa oficial que defina en qué consiste
“la adecuada renovación y actualización del parque de contadores”, las
compañías eléctricas cobran ilegalmente las siguientes cantidades
(incluido el IVA):
- Más de 600.000 euros por un servicio (“la adecuada renovación y
actualización del parque de contadores”) que no prestan porque el
Gobierno aún no ha definido en qué consiste dicho servicio.
- Entre 196.000 y 342.000 euros por el error positivo que tiene el
80% de los contadores debido a que no han sido verificados
periódicamente porque el Gobierno aún no ha publicado la correspondiente
normativa”.
Es decir que las compañía eléctricas (solo
por cobrar un servicio de renovación y actualización de contadores que
no prestan) roban cada día a los españoles el equivalente a 2.000 carros
de supermercado con comida por valor de 300 euros cada uno, lo que
representa unos 730.000 carros al cabo del año.
Como puede verse en la web de Antonio Moreno (http://www.estafaluz.com)
si se suman los demás conceptos de la estafa continua de estas
empresas, resultaría que nos están robando el equivalente a muchísimos
más carros.
b) Robo de las preferentes.
Como es sabido, un buen número de bancos engañó a miles de
ahorradores españoles colocándoles “participaciones preferentes” como si
fueran depósitos, sin informarles de que en realidad son una especie de
acciones sin derecho a voto y cuyo efectivo solo se podría recuperar en
condiciones muy leoninas (Un reportaje de Tele5 sobre este tema aquí).
Como consecuencia de ese engaño de los bancos alrededor de un millón
de personas han perdido la inmensa mayoría de sus ahorros, calculándose
que esas pérdidas, un verdadero robo, pueden tener un valor de entre
10.000 y 30.000 millones de euros.
Si aceptamos la estimación más baja (10.000 millones), resulta que los
bancos han robado a un millón de españoles, y solo por el concepto de
participaciones preferentes, el equivalente a 33 millones de carros de
supermercado cargados con comida por valor de 300 euros cada uno.
c) Fraude fiscal.
Según los técnicos del Ministerio de Hacienda el 72% del fraude
fiscal (que es de unos 89.000 millones de euros en total), lo realizan
las grades fortunas y grandes corporaciones empresariales, lo que
significa que éstas dejan de pagar a Hacienda unos 64.000 millones de
euros al año.
Si aceptamos que evadir el pago de impuestos al que estamos obligados es un robo a la sociedad, resulta que las
grandes fortunas y corporaciones roban a todos los españoles el
equivalente a 213 millones de carros de supermercado cargados con comida
por valor de 300 euros cada uno.
A estos robos podríamos añadir otros a gran escala, como el que han
padecido las familias engañadas que contrataron con bancos créditos con
cláusulas suelo fraudulentas (información aquí y aquí), los que practican las empresas farmacéuticas (información aquí), o el sinfín diario de malas prácticas de los bancos que cuestan miles de millones a todos los españoles (adicae).
Por no hablar del robo global y de cantidades astronómicas que ha
supuesto la crisis financiera, de el de los rescates bancarios, etc.
En conclusión: me podría parecer razonable que se quiera perseguir y
condenar a los jornaleros que han hurtado unos cuantos carros de comida
por valor de unos 7.500 euros y no en beneficio propio. Pero lo que me
pregunto es otra cosa: ¿cómo es posible que los mismos jueces, fiscales,
policías, autoridades… que están persiguiendo y que terminarán por
encarcelar a los jornaleros responsables por el hurto de unos cuantos
carros de comida no persigan con semejante celo a quienes nos están
robando cantidades que son varios millones de veces más grandes?
No sé que piensan los lectores y lectoras pero, a la vista de este
comportamiento tan contradictorio y de la falta de persecución efectiva
que tienen esos robos multimillonarios, lo que yo creo es que
criminalizan a los jornaleros no porque les preocupe el robo en sí sino
por otra cosa: porque están tirando de la manta para que se vea la peor y
más asquerosa vergüenza de nuestro mundo opulento: el hambre. Un
sufrimiento, no lo olvidemos, que no es un accidente ni el resultado de
la falta de recursos sino, como decía el anterior Relator de las
Naciones Unidas para los Problemas de la Alimentación, Jean Ziegler,
“un crimen organizado contra la Humanidad”. Y es por eso, creo yo, que
los criminales que lo cometen o que ayudan a cometerlo no quieren que se
hable de ello.
Así que no seamos hipócritas: Si las autoridades que tanto reclaman
el respeto al orden y la propiedad fueran coherentes y acabaran con lo
verdaderos ladrones que están robando a la inmensa mayoría de la
sociedad no habría más jornaleros llevándose comida de los
supermercados.
http://juantorreslopez.com/impertinencias/los-jornaleros-andaluces-y-la-significativa-diferencia-de-sensibilidad-social-ante-el-robo/
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