Maruja Torres





MARUJA TORRES

ZONA CRÍTICA
(eldiario.es)



La cesta de Navidad     11.12.2013 eldiario.es 

Si algo tiene esta época terrible es que nunca podremos decir que no sentimos en nuestras carnes cómo se nos sacaban las mantecas. Que no escuchamos con nuestros oídos el desgarro de las cuchillas en la carne de los inmigrantes. Que no leímos en nuestros propios idiomas cómo se nos fumigaban los derechos. Que no aceptamos sin rechistar que se sacaran de la manga cambios de leyes que habían de arrancarnos la dignidad a mordiscos. Que no vimos marchar a nuestros jóvenes, ni desdeñar a nuestros enfermos, ni hacer retroceder a nuestras mujeres. Que no supimos, gracias a la libertad de expresión restante, cómo se nos cercenaba la libertad de expresión completa. Somos la respuesta viviente a algunas preguntas retóricas que alguien siempre se ha hecho después de la caída: ¿cómo es posible que no lo viéramos venir? ¿Qué ocurrió para que no hiciéramos nada?

Es la táctica del hervido lento. Empiezan por procesar a Garzón acusándolo de prevaricador y terminan autorizando a los seguratas para que repriman a la ciudadanía para beneficio del negocio. Estamos cocidos, gente. Como cangrejos. Y ni siquiera duele. No gritamos. O mejor dicho, gritamos demasiado. En las redes, tuiteando, yo misma, aquí mismo. Nos refugiamos en la crítica, en el sarcasmo. Otra cosa es la acción cívica, unitaria y contundente.

Ni siquiera tenemos la excusa de haber sufrido una guerra o soportado una posguerra o tenido que construir el Valle de los Caídos a sangre y fuego. No venimos de aquella resignada cabeza baja.

Nuestra pasividad procede de pasados mucho menos dolorosos, nuestra gente de hoy no fue entrenada en la sumisión por el garrote. Por eso a nuestros amos les basta con dosificarnos las pérdidas: ahora de una en una, ahora en aluvión, ahora ninguna, ahora todas a la vez.

A España le han aplicado un despiece y venta similar al realizado en Irak, aunque siempre es de agradecer que a nosotros no nos bombardearan –les faltó cuajo para declarar a ZP seguidor de Sadam Husein y liberarnos a misilazos–, y que adoptaran métodos no precisamente democráticos pero pacíficos –decretazos– para vaciar de todo contenido, excepto cuatro cosillas –la monarquía, por ejemplo– la Constitución que claman respetar. Es genial, y hay que felicitar a la esfinge que nos gobierna por el desmantelamiento del Estado Social perpetrado urnas mediante. El mismo tipo que, en los 80, escribió que la lucha por la igualdad de derechos es "envidia de clase", nos aplica ahora el castigo por lo que considera nuestro pecado. Y le sale bien, y está contento. ¿Quién dijo que no iba a llegar lejos? Ni siquiera Aznar hubiera podido soñar que aquel a quien nombró con su displicente dedo iba a resultar el verdugo más adecuado en las circunstancia oportunas.

La cesta de Navidad nos llega carente de obsequios y repleta de sinsabores. Hubo un tiempo en que nos gustaba que nos regalaran un jamón. Hoy me conformaría con conquistar la dignidad como ciudadana.




Perdonen que no me arrodille  20.11.2013 eldiario.es

"Todo empieza dentro de uno mismo, que ni arrinconados en nuestra intimidad puede ser, el rendirse, una opción. "No pasarán", el más pisoteado de los lemas, vence verdaderamente cuando se aplica a nuestro interior"




Si os manifestáis, os multan o detienen. Si os multan o detienen arbitrariamente (perdonad la redundancia, dado el contexto) porque osáis defender vuestros derechos y queréis que os hagan justicia, debéis pagar las tasas de juicio. Y, cuando os mienten con el cuento de que vamos a mejor, ni siquiera podréis contradecirles mostrándoles a vuestros hijos sin pan. Siempre saldrá un Don Alguien que les dará la razón, porque es verdad que su economía va bien y que la gente que trafica –hoy me lo ha asegurado el ejecutivo de una inmobiliaria– tiene los brotes verdes brotándoles, de nuevo, de los sobacos, y puede emplear a gente con títulos e idiomas por la mitad del sueldo de un conserje de antes. A la vuestra, a esa pequeña voz de sacrificados en vena, no va a hacerle caso nadie.

Han vencido. Es cierto que ellos salen de la crisis y que ellos, a efectos de supervivencia de su especie, tienen razón. Están surgiendo del túnel, están viendo la luz, conducen la locomotora absolutista, dejan que los indios de la oposición sigan entreteniéndose con sus tonterías durante tantas lunas como sea necesario, y arrastran vagones cargados con miles de silentes borregos a los que esquilar y esquilmar con el beneplácito y para el beneficio del banquero, el empresario y el consejero delegado, nuestra nueva Santísima Trinidad.

Hay que reconocerlo. Se lo han montado de puta madre. Estos más o menos bien nacidos para mandar que constituyen el nuevo antiguo régimen han conseguido un éxito doble. Uno, desarticularnos; y dos, lo que más me duele, celebrarlo en el día en que se cumplen los nunca bastantes años que han caído desde aquel 20-N en el que feneció Francisco Franco, pero no así su Arriba España. La España de Arriba, de los educados matones que no soporta que les muestren una sandalia, de los barrios gangosos donde se respira mejor y en donde el aborto, fraguado y silenciado entre la abuela y la chacha y el ginecólogo de la familia, huele a manta caliente y a confitura de albaricoque. La España de los dos Arturos Fernández, con batines de seda, trajes de etiqueta y moral intercambiables.

Pero no quiero terminar con algo tan amargo. Quiero deciros que todo empieza dentro de uno mismo, que ni arrinconados en nuestra intimidad puede ser, el rendirse, una opción. "No pasarán", el más pisoteado de los lemas, vence verdaderamente cuando se aplica a nuestro interior.

No les dejéis pasar a vuestra conciencia. Ni a ellos, ni a sus mentiras.



http://www.eldiario.es/zonacritica/Perdonen-arrodille_6_198840133.html

Vivir con la mentira - 25.09.2013 eldiario.es

La mentira se ha instalado entre nosotros como una mofeta de compañía. Al principio, su fetidez nos producía náuseas. Poco a poco nos hemos ido acostumbrando. Además, tiene un bonito pelo, ¿no les parece?

Sin embargo, en las últimas veinticuatro horas se han pronunciado oficialmente dos frases sinceras. Una, cuando el cirujano de Su felizmente operada Majestad dijo, como al desgaire, que "yo no sé cuáles son las actividades de un rey" (cito de memoria). Me quedé noqueada, consciente de que acababa de escuchar la única verdad del día.

Error: faltaba otra. Ocurrió cuando Rajoy en Nueva York levó el ancla de su cerebro para soltar un hilillo: "Eso no nos lo planteamos hacer". Se refería a los cambios de la Consti para otorgarle al heredero más representación, en un probable futuro de quirófanos y convalecencias.

Es obvio que lo del primero era un rasgo aclaratorio propio del sentido común y proveniente, por más señas, de un hombre que no vive en España, no contaminado. Pero lo del presidente fue como el yang de su yin, el reverso exacto de la única frase honesta pronunciada por él con anterioridad: aquel insistente "Vamos a hacer lo que tenemos que hacer" que todavía me hiela la sangre, visto lo visto y lo que queda por ver. Estas dos sentencias suyas le definen. O mejor dicho, con esas palabras queda firmada nuestra sentencia.

Hacer lo que dijo que tenía que hacer para que empiecen a llamarnos el Pueblo Elegido para Ser Sometido (lo de Grecia puede ser más brutal; lo nuestro es más siniestro), y no tener planeado hacer lo que tal vez sería conveniente que hiciera para que no se monte otro carajal cuando el monarca decaiga aún más, y siga negándose a ser un retirado viviente a la benedictina. Ése es su plan taoísta-mariano.

Vivir con la mofeta está convirtiéndose en una cómoda resignación, y nos deja inertes ante las verdades que matan. En nuestra aceptación del mamífero subyace una verdad terrible. Y es que si ha dejado de apestar es porque ya no nos teme.

Quizá deberíamos sacudirle un par de buenos meneos públicos.


http://www.eldiario.es/zonacritica/Vivir-mentira_6_179242098.html




MARUJA TORRES
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE

(elpais.es) 


Con pelos y señales 

Maruja Torres cuenta su despedida de El País 18-05-2013Por fin tengo un ratico para contaros lo de anteayer con detalle, como os merecéis.

Por semana santa recibí una carta certificada en la que se me comunicaba que, dado que mi compromiso con la empresa terminaba a finales de este junio, no se me iba a renovar “en los mismos términos” (el entrecomillado es mío). Lo firmaba la directora de Administración de Redacción, ex directora de Recursos Humanos, ex jefa de Personal, ex miembro del Comité de Empresa (y de CC. OO.: de eso hace muchos años). Yo pensé que debía haberla firmado el director, Javier Moreno, y también pensé que no iba a ser yo quien les llamara para preguntar en qué condiciones me querían. Me he sentido condenada desde que me puse públicamente en contra del ERE. Esas cosas no hace falta que te las digan. Se nota.

El caso es que me marché a Atenas, al viaje que ya conocéis. Y un buen día, el mismo en el que fallecieron Sara Montiel y Margaret Thatcher empecé a recibir llamadas del periódico. Como estaba celebrando la muerte de la segunda, no contesté. Pensé que a lo mejor querían un obituario de Sarita: había olvidado que en ese diario ya hay gente -no los míos: otros- que se despedaza hasta por escribir las necrológicas. El caso es que por la noche abrí el correo y me encontré un mensaje de secretaría de dirección porque me buscaba Javier para hablar conmigo. Le llamé, bromeamos amablemente -muy hipócritas los dos: conforme hablábamos nos iban creciendo sendas narices de Pinocho-, y me espetó un “quiero que te integres más en El País” que me dejó tiesa. Le pregunté cómo y me dijo que había pensado que hiciera reportajes. “Tengo 70 años, es tarde. Me habéis tenido años sin encargarme nada”. Me dijo que había cosas que podía hacer. Con la mosca en la oreja le pregunté: “¿No será que quieres sacarme de Opinión?”. “Esto es aparte”, me dijo, “hay una reestructuración, es para hablarlo personamente”. A través de su secretaria se acordó que el 16 de mayo a las 16.45 me recibiría en su despacho. Eso fue ayer.

Nos sentamos en su sofá, hicimos unos paripés, se me puso a lloriquear sobre lo mal que está todo y cómo cae la publicidad… Y luego me dijo que tenía una idea para mí, pero que todavía no sabía qué, ni cómo, que tenía que hablarlo con los de Domingo, pero que ya se les ocurriría. No dudé en preguntarle: “¿Eso es porque ya no me quieres en Opinión?”. Primero intentó echar balones fuera -eso será lo que le dirá al defensor del lector, supongo- diciendo que prepara una profunda restructuración, que en Opinión va a entrar gente nueva. “No hagas que te dé nombres, todavía no sé cuáles”. “Eso a mí no me importa. Pero dime que no me quieres en Opinión”. Se le fue poniendo esa mirada de guillotina, ese hielo en los ojos del que sabe que ha llegado el momento de asestar el golpe. A mi se me erizaron las vértebras porque estaba teniendo el privilegio de contemplar, en directo, y en acción, a un ejemplar de esa camada negra -y gris- que ahora intenta destruirnos. “No, no te quiero en Opinión”. “¿No me quieres ahora ni nunca más en Opinión?”. Lo ratificó. Cuando empezó a decirme que tenía otras ideas para mí le dije que era Opinión o nada, que yo soy opinión y que a través de mí opinan mis lectores. “No tenemos nada más de que hablar”, le dije. “Se acabó la conversación y se acaba mi vinculación con el periódico”. “Esto no me lo esperaba”, dijo. Y, efectivamente, lucía una mandíbula descolgada. “Esto no tenía que acabar así. No me has dejado ni contarte lo que quiero ofrecerte”. Ahí fue cuando le espeté esa frase que llevo toda mi vida queriendo colocarle a alguien de su nivel: “¿Pero tú sabes con quién estás hablando? Soy Maruja Torres y tengo muchos lectores que me he ganado a pulso opinando”.

Cuando me levanté e íbamos hacia la puerta le comenté que aunque me queda un mes de compromiso, dada la tensión reinante creía que era mejor que dejara de escribir de inmediato, y estuvo de acuerdo. Salimos y él se escabulló en dirección al jefe de Opinión, otro que tal. Dije adiós a las amigas de la sección y me fui.

En recepción me pidieron el último taxi desde Miguel Yuste 40.

Al final de trayecto me esperaba una gran amiga. Con su ayuda salí del armario en Twitter, donde estaba como observadora como @mistrals, con unos cien seguidores. Di la noticia y hoy tengo casi seis mil.

Habéis sido maravillosos: vosotros, los compañeros de trabajo, los de profesión, los medios .com y los tradicionales, los amigos de Facebook, el comité de empresa del diario, los vecinos, los acompañantes en el viaje de la vida. Os doy las gracias y os digo que continuaremos. Claro que sí. Ayer pasé el día con mis jóvenes amigos de ‘Mongolia’, en un seminario sobre prensa de papel, de humor y sátira, y muchas más cosas. Hicimos proyectos. Pero habrá más cosas. Ahora necesito airearme y mimarme.

Ah, quedan un par de Perdonen que entregué quince días y una semana antes. Si no son muy buenos no me lo tengáis en cuenta: no sabía que iban a ser póstumos. Considerad que mi colu del jueves último fue mi despedida de ese medio al que quise tanto cuando era querible. Hoy todavía quedan en él muchas personas a las que aprecio y admiro, tanto entre los asqueados veteranos como entre los explotados jóvenes.

ME SIENTO MÁS LIBRE QUE NUNCA. Y hay también pena, claro. Me estoy acordando mucho de Jesús de Polanco y de su hija Isabel. Esperadme en el cielo, guapos.


http://www.marujatorres.com/

Ignominia

Último artículo de Maruja Torres en el País - (ha sido despedida)

MARUJA TORRES 16 MAY 2013

Hay más dignidad en la uña del meñique de un desahuciado que en toda la cúpula que nos aniebla

Vivimos en un tiempo de canallas sumidos en un estado de necedad permanente. Lo interesante para quienes somos víctimas del navajismo institucional, de lo que ha dado en llamarse su violencia simbólica, es averiguar qué nació primero. Si el ser canalla o el ser necio. Quién alimenta a quién. O si el canalla, al saberse aupado por sus pares a la cresta del capitalismo caníbal, ha perdido toda compostura, todo pudor, y no le importa en lo más mínimo que su retorcida necedad se exhiba en plaza pública. ¿Quién va a bajarme de la cima? ¿A mí? Vamos, hombre.

Así es como los Wert, Ruiz-Gallardón, Margallo, Morenés y Rajoy, por citar solo a algunos; las Báñez, Botella, Cifuentes y Cospedal, por mencionar a unas pocas otras. Así es como los directivos de la televisión pública y sus palmeros, y los guerra civilistas de los periódicos insanos. Así es como los ejecutivos de las grandes empresas y de los grandes bancos que se blindan los sueldos y las pensiones y los bonos... Así es, termino por fin la frase —en algún momento hay que hacerlo, pero sujetos no faltan—, así es como toda esta banda de añejos arribistas se carcajea de nosotros. Pisoteando nuestros cráneos y sin importarles la vergüenza ajena que sus dislates nos provocan.

“¡Mira, madre! ¡Estoy en la cima del mundo!”, gritaba al final de Al rojo vivo, la película de Roul Walsh, el asesino nato Cody Jarret, héroe negativo de una época turbulenta.

Estos depredadores de ahora se gritan los unos a los otros: mira chico, yo también he llegado, y cada día se me ocurre algo más necio. Los de abajo, los desangrados, empezamos a añorar a los clásicos gánsteres.

Hay más dignidad en la uña del meñique de un desahuciado que en toda la cúpula que nos aniebla.


 http://elpais.com/elpais/2013/05/15/opinion/1368615782_833454.html


Escrache y represión

7 ABR 2013 - El pais

Primero se quedaron con la democracia, luego fueron a por el país, y más tarde, aprovechando que sus propias leyes y cortapisas les favorecían, se agarraron a la impunidad. No contentos con ello, cuando gente indignada –nunca la suficiente, pero sí la bastante para empezar a levantar cabeza– les afeó en la cara su comportamiento, haciéndoles escrache, a esa gente la llamaron fascista, ellos, que vienen de una buena cepa, y la llamaron pro-ETA, ellos, que creen que la libertad es un reloj de cuco que solo asoma cuando le dan cuerda desde la superioridad. Les acusaron de “violencia agresiva”, y acusaron a los partidos habituales de instigarla. Por consiguiente, les mandaron a la policía, que además de ser suya es budista y practica la no violencia. Detalle, este último, que indignados de toda edad y condición ya conocían, en sus propias carnes, de encuentros anteriores con los antidisturbios.

Cuando un cuerpo social se descompone, quiero decir cuando pierde la compostura, se le van cayendo las máscaras, y eso ocurre con el partido en el Gobierno y sus títeres. Pero hay un disfraz que nunca les falta, que no desaparece: el de la calumnia, el de las palabras. Por el contrario, les crece como un inmenso sapo que nos devora, como una lava que mancha y pudre, el mal uso de las palabras.

Dentro del proceso de hipnosis colectiva que este país ha ido interiorizando mientras creía que las cosas iban bien, la perversión del lenguaje y, sobre todo, el uso de eslóganes y términos antes utilizados por la izquierda ha culminado con la aparición del término fascista, malévolamente usado por las Bernardas Pardas del régimen y sus floripondios expresivos. Es la culminación lógica: empezaron hace unos quince años, cuando, en los homenajes a sus víctimas, precisamente de ETA, se entregaron a tararear el No nos moverán con un mechero encendido en la mano. No les costó mucho adaptarse. Al fin y al cabo, venían del No pasarán de Celia Gámez, que también es muy pegadizo, pero en chotis.

Reinventando el fascismo –deliberadamente confundiéndolo con la ira que la violencia del sistema despierta en sus víctimas–, los voceros del régimen crean el contexto para la represión. No me cabe duda de que lo de la calle no es precisamente un minué, habida cuenta, sobre todo, de la respuesta cínica y cruel que reciben sus reivindicaciones. Pero qué quieren que les diga: yo creo que la caja de los truenos la han destapado ustedes los del –como dijo una de sus Bernardas– verdadero Partido de los Trabajadores, que toma ya retorcimiento pardo.

Qué cansino, además de lo demás, está siendo el asunto. Quizá por eso se nos paraliza el acelerador, porque la sola idea del mundo que nos viene, ordeñando las vacas de Heidi en el Tirol como tirando a mucho, cansa desde ya. Ocurre, sin embargo, que unos empujan los mundos, al mando de la apisonadora, y su avance parece imparable. Hasta que otros se dedican a poner obstáculos. Una piedrecita colocada en el sitio justo… No obstante, tal piedrecita tiene que ser el resumen del sentimiento de muchísimos, de la ira bien canalizada.

Hemos visto ya demasiadas imágenes de los desahucios, por poner un ejemplo, por no extendernos a esas familias en las que un hijo come únicamente los lunes, miércoles y viernes, y el otro, los días restantes. Díganme ustedes quiénes ejercen la violencia, por muy legitimada que haya sido en las cavernas de la Unión Europea del Norte, o sea, de más allá del muro.

Mira tú qué bien, lo que tiene la mala baba. He empezado por Lorca y termino con Juego de tronos. Para que digan que no está una a la última. Por cierto, me encanta el escrache.

http://elpais.com/elpais/2013/04/03/eps/1364988285_062946.htmlLos pobres

MARUJA TORRES 11 OCT 2012 - El País

Se habla mucho de lo que sufren quienes son objeto de despidos, de reajustes, de rebajas y de, en general, lo que ahora se denomina como “adecuación a las circunstancias actuales”, sutil metáfora de escabechina. Demagogia. Es fácil ponerse del lado del débil. Sin embargo, nadie se compadece de los jefes.

Son ellos, no obstante, desde los más altos lugares en la cadena de mando hasta los útiles capataces, los que, en silencio y en soledad, se encierran entre las cuarenta paredes de sus pisos de trescientos metros y lloran dolorosamente por los otros. A mí se me encoge el corazón cuando pienso en esos ejecutivos que vuelan en business o en primera —algunos, incluso, en el pavoroso aislamiento de su jet privado, propio o de alquiler—, y que no pueden hacer otra cosa, entiéndanlo bien. No pueden sino aceptar el horror que les ha tocado ejecutar, y emprenderlo con la misma responsabilidad con que, cuando se trata de sacar una media de sueldos por trabajador, y con objeto de disimular lo poco que cobran muchos, arriman sus emolumentos a la suma total, logrando así que salga una cifra presentable y decente, que legitime la carnicería ante los ciudadanos lampantes.

Esos hombres y mujeres, solitarios y heroicos, hacen lo que tienen que hacer para seguir cobrando y preservando los intereses de los accionistas: porque de ellos dependen muchas familias. La del que prepara el catering en la fiesta de cumpleaños, las de los profesores del colegio de los niños en Estados Unidos, la de esa pobre chica que les hace la manicura. Por no hablar del señor Armani ni del señor Audi, que tienen que comer.

No me digan nada de los trabajadores. Piensen en los jefes. Y en todo lo que han tenido que traicionar un día tras otro. Los pobres.


http://elpais.com/elpais/2012/10/10/opinion/1349865308_647102.html
 

 

La Banda

Maruja Torres 31 MAY 2012 - El País

Si esto es un naufragio, los hay que flotan sobre nosotros en yate o jet privado. Se nos está informando minuto a minuto acerca de la espectacularidad de la caída y de la profundidad a la que llegaremos, pero carecemos de datos sobre quienes la propiciaron en su provecho. Si esto es un naufragio, no debemos olvidar —ni perdonar— que quienes ahora nos ahogamos lo hacemos para asegurar el bienestar de ese pequeño porcentaje de traficantes que se están apoderando de la mayor parte de la riqueza del mundo. A cambio de hundirnos, la Banda Internacional de los Ejecutantes se ha hecho con los sueldazos, las indemnizaciones, los bonos, los intereses, el capital y los calzoncillos. Los Gobiernos socialdemócratas empezaron a preparar el terreno, con esa pusilanimidad que les caracteriza. Las derechas lo hacen mejor: resueltamente. Entre tanto, nos venden la película de que fuimos nosotros quienes destrozamos el barco.

Todo este catacrac forma parte de un plan deliberado para convertir a los europeos —empezando por el Sur: pero espera, Alemania— en chinos de los de antes, de cuyos beneficios, un trabajo de mierda pésimamente pagado hasta la muerte, serán eliminados quienes no se conformen con comer solo el arroz necesario para poder seguir currando, los demasiado viejos, los que no estén sanos, los que no trabajen demasiado rápido. ¿Y por qué no también las mujeres, que pueden quedar embarazadas, y los homosexuales, que pierden tanto tiempo acicalándose? Cualquier barbaridad es posible para estos nuevos hunos que asuelan Europa. Asnos ávidos de dinero y de brillo social, convertidos en ejecutivos, pisotean nuestros restos. Cargarse nuestra capacidad de consumo ya no les preocupa. Solo les importa la suya. Yates, jets, fincas, fiestas, chorradas de marca con las que sobrevuelan placenteramente el naufragio. Es la nueva Peste, y la vacuna, llamada Transparencia, también fue robada.

http://elpais.com/elpais/2012/05/30/opinion/1338370633_938081.html


Ni uno más
Si la caza debió desaparecer con el Neolítico, la Monarquía debería desaparecer ahora. Haremos lo posible.

Maruja Torres El País 19 ABR 2012

Queridas viudas y huérfanos de la selva, la sabana, las estepas y demás enclaves naturales en donde soléis intentar sobrevivir a la maldad de los hombres prepotentes y estúpidos:

Por razones obvias de falta de transparencia carezco de datos para conformar el elenco de bajas que la más alta autoridad institucional de este país ha causado deliberadamente a vuestras familias. Sé de osos, de elefantes, de bisontes, de búfalos, de tigres... Pero no tengo la lista completa, aunque puedo imaginarla. Dada la edad avanzada del sujeto, que empezó a disparar muy joven, y que no se le conocen errores desde aquel en el que se llevó por delante a su hermano, es muy posible que mientras nosotros, aquí, nos debatimos en una crisis terrible, vosotros, ahí, todavía sigáis llorando la desaparición, por un tiroteo criminal y cobarde, de vuestros seres queridos. Sobre todo los elefantes, que tenéis tan buena memoria. Sabed que la mayoría de los españoles sufrimos por vuestras pérdidas.

Sabed también que no nos produce el menor alivio el hecho de que la última cacería de los vuestros le fuera pagada a nuestro monarca titular —no moral: esto no es la selva, ni él es el Rey León— por un millonario saudí de origen sirio, perteneciente a esa otra fauna de gentes adineradas que él frecuenta, en este caso sacrificándose estrictamente por ¡España! Sabed que estamos avergonzados, abochornados, indignados y hasta la cresta de tanta miseria ética y estética, y que os acompañamos en el sentimiento.

Os pedimos disculpas. Si la caza debió desaparecer con el Neolítico, la Monarquía debería desaparecer ahora. Haremos lo posible. Entretanto, es mejor que os pongáis a salvo en cuanto diviséis a un anciano rubio y coloradote que cojea. Es letal y va armado.

 http://elpais.com/elpais/2012/04/18/opinion/1334741560_686612.html

 

Sin piedad

Esto no es una crisis. Esto es una remodelación del mundo, emprendida por los poderosos 

Maruja Torres –  El País - 12 ABR 2012


Me preguntaron para una entrevista si Rajoy es el hombre adecuado para esta crisis. Respondí que, en primer lugar, esto no es una crisis. Esto es una remodelación del mundo, emprendida por los poderosos para que los débiles pierdan lo poco que han conseguido a lo largo de décadas de lucha. Esta es una asiatización, una tercermundialización (palabras nuevas para tiempos nuevos) de Europa, de la más indefensa, y más que eso, es el surgimiento de cosas que ni siquiera somos capaces de imaginar. Por lo menos, yo no tengo ni idea, pero me parece que caminamos hacia sociedades para las que Juego de tronos (adoro esa serie que representa nuestro pasado en el corazón de las tinieblas) será algo así como el telediario de mediodía.

Dentro de ese esquema de arrasamiento y derribo, claro que Rajoy y sus acompañantes constituyen la mejor opción. Lo que tienen que hacer lo hacen rápido, de un tajo, limpiamente, sin remordimientos. Al presidente de lo que va quedando de este país se le nota una ardiente impaciencia cada vez que no tiene más remedio que dar explicaciones en el Congreso, no sólo porque con la mayoría que se le ha otorgado se pasa las sesiones parlamentarias y a los adversarios políticos por el forro, sino porque sabe perfectamente que ni los congresistas ni los ciudadanos gracias a cuyo voto fueron elegidos van a pintar algo en el mundo que viene.

Rajoy es un gran liquidador, y su equipo de limpieza, muy competente. Para facilitar su tarea, de vez en cuando la mala oficial del PP, doña Esperanza Aguirre, se suelta la moña y plantea un nuevo dislate, y los coristas se escandalizan, vociferantes, o se ponen púlcramente en contra, y ahí queda eso. Esa apariencia de que se va improvisando.

De improvisar, nada. Está todo muy controlado.

http://elpais.com/elpais/2012/04/11/opinion/1334139253_564824.html

 

MARUJA TORRES 05/02/2012

Queridos 'ayatobispos'


"Me fascina vuestra necesidad de meter baza en los asuntos sexuales de la gente"

Esta es la carta que os dirige una simple mujer que, aunque no ha perdido el sueño de un país laico en el que ni vosotros, ni vuestros pares de cualquier otra religión, metan cuchara en la vida de los ciudadanos, y que, aunque ahora mismo no deja de canturrear el Himno de Riego por el pasillo de su casa... Pese a ello, y ni siquiera con este bagaje ético-estético a mis espaldas, puedo dejar de reconocer que:

¡Sois la bomba! Sois unos petardazos. Sois la falla. Sois el incendio de Roma. Sois la hostia.

Todavía me siento conmocionada por la habilidad con que disponéis del espacio escénico en cuanto avistáis una mínima posibilidad de enrollaros el marabú, saltar a la pasarela y acaparar el foco. No caeré en la tentación de proclamar que todos los cardenales, arzobispos y obispos sois iguales -consciente como estoy de que los hay notablemente peores-, pero sí me precipitaré en la de confesaros que me fascina vuestra perseverancia. A propósito, si me entrego al tuteo es porque, en este caso, el tuteo tiene razones que el corazón no entiende, como detallaré más abajo.


Por el momento, dejadme seguir alabando vuestro sentido de, por ejemplo, la imitación. Como los asesinos de mujeres, o como los suicidas, que se entusiasman los unos a los otros al contemplar, al enterarse de lo que han hecho, los ayatobispos debéis de experimentar el gusanillo de la emulación, y os emuláis, pues, los unos a los otros, que da gloria, en las declaraciones sobre el sexo y las costumbres privadas. No falla nunca: sale un obispo, y poco después le refuerza un arzobispo. O declama un cardenal, y acto seguido saltan los coros de hombres píos.

Y cómo os calienta la temática de la intimidad carnal. ¿Es porque no la catasteis? Porque no será por principios. De sobra sabéis que el dios que predicáis -el del amor al prójimo-, si existiera, os habría hecho butifarra hace ya un par de milenios.

Siempre me ha fascinado vuestra ansiosa necesidad, la compulsión que sentís de meter baza en los asuntos sexuales de la gente. ¿Es vuestra forma de practicar el sexo? ¿Es vuestra versión del sexo oral? Posiblemente, pero debo deciros que resulta repugnante enfocar -aunque la prefiero a que os entreguéis a la pederastia, otro efecto contagio que os posee demasiado a menudo-, por ejemplo, un primer plano de los labios del obispo de Tarragona cuando, con sumo deleite, anatematiza a los gays, y se complace en negar derechos a las mujeres, y en hablar de partos -vosotros: ¡de partos!-, y en tratar al hombre (al tradicional suyo, no al verdadero: tranquilos) de chiquitín de la casa. Por todos los demonios, qué espectáculo tan asqueroso. Unos delgados, yertos, estériles labios opusinos, hablando de las cosas de la vida.

¿dónde os educan, de dónde salís? ¿En qué criadero os reproducís, criaturas mutantes que constantemente camináis hacia atrás, que os refociláis en el tenebrismo y que sólo entendéis el sacrificio de cintura para abajo y de libertad para arriba? ¿En qué lugar de vuestro organismo os colocan el resorte que hará que saltéis una y otra vez -retrocediendo, simultáneamente, a la oscuridad de los tiempos- para contarnos lo que opináis -vosotros, seres ociosos y empingorotados- de nuestras formas de vida? ¿Acaso el mecanismo se encuentra entre vuestras piernas, de ahí que os avise, con la frecuencia de la frustración, cuando oteáis que otros satisfacen su cuerpo de espaldas a vuestros anatemas?

Ésta es la carta que os dirige una mujer. Una simple mujer que ejerce el derecho a tutearos esgrimiendo, como razones, esos 13.266.216,12 euros que, durante todo este año, el Estado entregará mensualmente a la Iglesia católica, "a cuenta de la cantidad que deba asignar a la Iglesia por aplicación de lo dispuesto en los apartados uno y dos de la disposición adicional decimoctava de la ley 42/2006, de 28 de diciembre, de Presupuestos Generales del Estado para el año 2007", según se determina en el Boletín Oficial del Estado número 315, del 31 de diciembre de 2011.

O sea: 13 millones, más un cuarto de millón, más 16.000, más 216 euros, más 12 céntimos. Al mes. De nuestros impuestos.

www.marujatorres.com

 

MARUJA TORRES 15/01/2012

La canción del 'e-mail'

 

Una de las primeras mañanas de este primer mes del duodécimo año del tercer milenio (o Era del Inicio del Inicio del Inicuo), y aprovechando una pereza legendaria que me subía por las piernas, aproveché para limpiar mi correo electrónico. Suelo fumigar periódicamente las respuestas, mis respuestas, como aconseja mi servidor, con el consiguiente arrepentimiento que sigue. Sin embargo, tengo mucho más cuidado con las entradas, porque me parece que destruyo algo de los demás. Por supuesto, lo que hago todos los días, o casi, es deshacerme de la lista de spamtosos, que no solo incluyen propuestas para que me alargue el pene o me quede tiesa a viagrazos, y amables proposiciones de señoritas de exóticos nombres: como spam tengo clasificado también el correo de unos pocos individuos que jamás debieron ocupar un sitio en mi vida. Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto, y seguro que yo también he resultado spamtosa para alguien. Forma parte del curso natural de la existencia, que abarca no pocos errores, malentendidos y desencuentros.

Dándole al buscar y escribiendo determinados nombres, me surgieron colecciones de correspondencia que no he dudado en borrar, bien porque trataban de temas de escasa relevancia ya en su momento, o porque aparecen periclitadas por el paso del tiempo. También hay bloques perfectamente inocuos de personas que, siendo amigas, o habiéndolo sido, en pocas ocasiones abrieron su corazón: te das cuenta cuando les lees, quizá porque ya no les quieres, de que su paso por la vida de los otros -de la tuya, también- no va más allá del vestíbulo, de mirar los carteles, de consultar los hit-parades de tus momentos íntimos. Eso se borra con mucha tranquilidad: hojarasca cibernáutica.

Sin embargo, se producen verdaderas sorpresas. Son los correos cotidianos, destinados a dejar huella. En un par de mensajes perdidos al fondo de la cola reaparece un momento de principios de noviembre de 2008. En uno, mi amiga Mónica, la periodista, me cuenta que tiene poco trabajo "porque todas las redacciones están con las elecciones estadounidenses", y que, en consecuencia, podríamos hacernos un "ABC". Estamos en Beirut en ese momento, yo todavía creo que me quedan muchos años de vida en esa ciudad. Su correo corresponde al día 4 de noviembre, y estoy segura de que nos encontramos a mediodía, como solíamos hacerlo, en la sección de cosmética de la planta baja de los grandes almacenes de la plaza Sassine, y acabamos comiendo en un bistrot, tras lo cual se impuso un café y una pipa para mí en un sitio muy moderno, con narguiles de diseño y camareros muy guapos y mentalmente subprime. Esa tarde, seguramente, regresé a mi apartamento y encontré otros correos, entre ellos alguno de esas personas destinadas a desaparecer de mi vida, ellos y sus huellas.

Recibí otro a la mañana siguiente, el 5 de noviembre: "Obama gana, nos vemos en el Sporting". Se trata de mi amigo Jesús Santos, por entonces canciller en la Embajada de España. ¡Obama! Ambos correos me devuelven a aquellas elecciones, a la emoción que sentimos y a que, pese a todo, yo me curé en salud escribiendo para este periódico una columna en la que confesaba que, en el fondo, me temía lo peor: que también el nuevo presidente nos defraudara. No iba muy errada, pese a que, comparado con su predecesor, el de ahora es Teresa de Calcuta. Pero no ha ido contra Wall Street y lo militar también le pone.

Gracias a este repaso me doy cuenta de que mi colaboración con mis amigas de El Refugio, que rescatan animales -sobre todo, galgos-, ya ha cumplido sus añitos. Y eso, como comprenderán, no lo borro. Como tampoco borro las deliciosas cartas de pesares adolescentes que me envía una amiga que con los años ha ido madurando, y cuya peripecia vital se refleja en sus espaciadas pero puntuales y, para mí, preciosas misivas.

Éstas son lecciones que no se desvían mucho de las que recibíamos con la correspondencia en papel, pero a las que ahora podemos acceder gracias a la tecnología. Y, si antes nos producía un placer indecible romper y rasgar según qué, ahora darle a la tecla borrar tampoco es moco de pavo.

Y guardar, ya saben. Es volver a vivir.

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MARUJA TORRES 08/01/2012

Mundo árabe: voladura incontrolable

 

Cuando escribo esto, antes de que finalice este año infame y se inicie uno que ni te cuento, tengo a una persona muy querida en Homs, ciudad siria que ahora mismo permanece sitiada y que está siendo bombardeada, una ciudad en donde el Ejército y los esbirros de la dictadura asesinan a sangre y fuego a los insurgentes, a los civiles, y en cuyas calles yacen cadáveres de adultos y de niños desventrados. Escribo mientras los enviados de la Liga Árabe mueven sus pomposos culos, tan lentamente como pueden, hacia ese enclave mártir, y ojalá, todos los ojalá vayan hacia allí, que esa mísera y tardía intervención pueda detener la masacre. La Liga Árabe, la comunidad internacional... Misma mierda.

Desde los días más antiguos de los sitios y los bombardeos de Beirut se ha vivido lo mismo; mejor dicho, se ha muerto lo mismo. Esperando a que unos y otros dejaran de marear la perdiz e intervinieran. Sabíamos que lo harían tarde y mal, pero, por todos los demonios, deseaban los atrapados que alguien hiciera lo que fuese, porque la guerra es insoportable, y la cacería practicada sobre civiles indefensos es una intolerable vergüenza para cualquiera que se tenga por humano.

Pero aquellos días, con ser de visión lúcida, me parecen un campo de margaritas, comparados con lo que ahora contemplo, con ese ejercicio de descarnado cinismo internacional al que asistimos. A Bachar el Assad lo respalda Rusia, porque tiene en Siria su única base en el Mediterráneo, porque en el reparto del pastel tras la caída de la URSS -y el bye bye de Gadafi- ha perdido influencia en el mundo árabe, y porque le vende armas a la dictadura. Pero el resto de la panda, los mandamases del Golfo representados por la Liga, y los occidentales, los nuestros, albergan también propósitos criminales. Una Siria desestabilizada es lo que les conviene. Con un Assad debilitado, pero todavía en pie.

En la genética de todos los gobiernos, ligas, contubernios legales y otras hidras se ha inscrito para siempre, desde que la ignominia del 11-S se lo puso en bandeja (Bin Laden, además de un fanático asesino, era un perfecto gilipollas), el propósito de conducir al mundo árabe a una implosión que, en principio, creían controlable, y que con el tiempo se ha manifestado que es, por definición, todo lo contrario: incontrolable y explosiva. Hacia fuera tanto como hacia dentro.

La invasión de Irak fue el primer paso, y desde que he visto partir a los soldados estadounidenses no dejo de repetírmelo: no han perdido, no es cierto que éste sea su nuevo Vietnam -Afganistán es otra cosa-, sino que han obtenido lo que querían. Desmembrar un país que nunca más volverá a ser soberano por mucha democracia que hayan dejado caer en paracaídas, roído por las luchas internas y con petróleo a disposición de Estados Unidos. Con Irak en manos del sectarismo, con Turquía amenazada por los amigos kurdos, por un lado, y por la guerra en Siria, por otro; con un Egipto cuya revolución fue traicionada desde el mismo momento en que se aceptó la caída de Mubarak como precio a pagar para que nada cambie y para que, a ser posible, empeore. Con el desastre libio pos-Gadafi, y el interrogante tunecino... Con las luchas confesionales estimuladas, la frustración social y económica intacta... ¿De verdad podemos creer que, desde las columnas de Hércules hasta la desembocadura del Litani, no circulan y desestabilizan y planifican catástrofes los espías, esos espías que se han rehecho y reafirmado, precisamente gracias a la sanguinaria excusa del 11-S?

¿Que surge un movimiento revolucionario en tal sitio? Pasado el desconcierto inicial, ¡se aprovecha! Dejan que salgan a la calle, que griten, que los maten, que los adulen, que les quiten al dictador a quien durante tantas décadas alimentamos, que les den elecciones libres. Cualquiera que sea el resultado, el caos no les dejará crecer. No les permitirá ser libres. Todo resulta útil para este último fin: diezmar a esa potencia de jóvenes árabes que podrían haber cambiado su mundo.

¿Ganadores? Israel, y también Arabia Saudí y el resto de los corruptores países del petróleo. Y la potencia imperial, por supuesto.

Y nosotros, a mirar. Ojalá, ojalá, ojalá: por la vida.

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MARUJA TORRES 18/12/2011
Malas y buenas noticias

Cuando ustedes lean esto, y si todo ha ido bien, me encontraré en Roma disfrutando de la tenue iluminación navideña de aquella ciudad del sur del euro, y del calor de dos de mis grandes amigas, Irenísima y Francescona, que es como decir Nueva York a principios de los noventa -un antiguo speakeasy, bourbon, furiosas charlas sobre literatura- y Beirut a mediados de la primera década de este siglo, gintonics al atardecer en la terraza superior del hotel L'Albergo e irónicas conversaciones sobre la guerra. Cuando el año termina es conveniente visitar a los que nunca nos fallaron, ni llevan camino de hacerlo.

Pero mientras escribo ahora me encuentro en el agostado terreno de la despiadada realidad. Por una parte, el pimpante Cuarto Reich nos engulle, y esta vez sin que se produzcan heroísmos a lo Casablanca: más bien en estrecha colaboración con La Marsellesa. Medievalmente, Arabia Saudí nos confirma que toda aberración puede convivir en un mismo plano temporal. Allí, los machos dominantes claman que, de permitir a las mujeres que conduzcan, se producirá una pérdida simultánea de la fidelidad, la virginidad y la exclusividad (¿nada sobre la depilación al caramelo?), con el consiguiente aumento de la disminución de control viril por parte de los tripudos caballeros. Pero, tontines: si no tienen pasaporte, ¿no veis que no pueden huir de vosotros, que es lo primero que tendría que hacer cualquier saudí sensata al verse al volante de su propio Ferrari? Lo suyo sería enviar a ese fascinante país tan amigo de Occidente a una legión de psicoanalistas argentinas no lacanianas, para someterles -a ellos, claro- a una brutal terapia de grupo. En fin.

Asistimos también al renacimiento de un género periodístico: el desechable es el reportaje. Ah, ¿quién dijo que los periodistas estaban acabados? Puede que hasta yo misma, en un momento náufrago. Pues no. Poco a poco, y pese a las dificultades añadidas por la coyuntura a los problemas que siempre tienen los colegas, la profesión ha ido recuperando su verdadero espíritu: el de buscar porquerías y sacarlas a la luz. Son tantas las basuras morales que se acumulan a nuestro alrededor, especialmente en el terreno de las ex prestaciones sociales, que lo que fue un mero suelto perdido en un rincón de la página -"Fallece de frío un vagabundo a la puerta de una tienda de Gucci"- se ha convertido en una sólida cantera proveedora de temáticas.

Nunca tantas personas a la vez, durante tanto tiempo y por culpa de tan poca gente habían pasado, de un plumazo -yo empezaría a usar la palabra masazo, de Artur Mas- a ejercer la condición de desechables, a merced de que cualquier plumilla se les acerque y les interrogue. Y digo plumilla como sinónimo: un reportero armado con cualesquiera que sean los útiles tecnológicos que precise.

Entiéndanme, esto no es una queja. Bien al contrario. El mal que supura nuestra sociedad tiene que ser puesto en evidencia, y cierto es que cada vez más los medios -cada vez más digitalizados, añado- dedican mayor espacio a las tragedias individuales producidas por el capitalismo gore (me adueño de la acertada definición de la escritora Salma Valencia). Se produce el hallazgo de la víctima -si viva todavía, se la interroga-, se realiza el seguimiento de la noticia, hablan los parientes, se inician los pleitos... Magnífico. Esta labor periodística tiene como objetivo no sólo informar, sino, como decíamos cuando yo era joven, ayudar a tomar conciencia. En los dos sentidos: de ser consciente y de que la injusticia te duela por dentro. Sólo una sociedad informada puede acceder a ese estadio superior del ser humano que es el dolor por la arbitrariedad y la crueldad padecidas por otros, y pasar de ahí a la tolstoiana pregunta "¿Qué podemos hacer?". Y así, rumiándolo, quién sabe.

Creo que un excelente complemento de este tipo de periodismo sería ir a donde los responsables -y culpables- y, sin llegar al acoso que acecha a la Campanario, por poner un ejemplo, sacar a la luz quiénes son, a qué dedican el tiempo libre, cuánto ganan por matar con decretos, a qué colegio van sus hijos, a qué mutua pertenecen...

El mundo está hecho un asco, pero el periodismo será mejor.

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MARUJA TORRES 04/12/2011

Natalie Wood, como la marea

Recuerdan el final de Esplendor en la hierba? Pocos resultan tan conmovedores, a pesar del paso del tiempo. Todo ese amor que apenas fue y que pudo haber sido, que ya no será, condensado en miradas y silencios. Emanando, con una desesperación calmada y envolvente, del rostro sensible, de los ojos de Natalie Wood.

Las informaciones nos han devuelto su nombre, treinta años después de su muerte por ahogamiento cerca de la isla Catalina, en la costa californiana, durante un fin de semana de Acción de Gracias lleno de alcohol y broncas. La reapertura del caso de su misterioso fallecimiento, gracias a la tardía confesión del capitán del yate de los Wagner, nos proporciona una oportunidad de recordar a una actriz que murió joven después de haber ocupado un trono en Hollywood durante mucho tiempo, desde la infancia.

Al regresar su nombre como depositado por la marea en la playa, he vuelto a abrir un libro que recomiendo a quienes fuimos sus admiradores, aunque creo que no ha sido editado en España: Natasha, fino trabajo de investigación a cargo de Suzanne Finstad, publicado por Harmony Books. Vale la pena, es exhaustivo y equilibrado.

Como Elizabeth Taylor, Natalie fue presa de los estudios desde niña, pero carecía de la solidez de carácter de Liz y, lo que es peor, tenía una madre atroz, María, de origen ruso -toda la familia lo era y con falsas ínfulas de pertenecer a los Romanov; también quiso ser famosa, sin lograrlo. Marcó a su hija para siempre, con un férreo control contra el que Wood ejercía una rebeldía con altibajos, refugiándose en amores y en errores.

La vida de Natasha -Natalia para el cine fue una batalla permanente contra la inestabilidad. Dividida entre quien podía ser y quien era en su papel de estrella, nunca consiguió encontrar el lugar intermedio adecuado. Sin embargo, fue precisamente esta precariedad emocional lo que vistió de lujo sus interpretaciones dramáticas, otorgándoles un realismo casi doloroso. En sus pizpiretas comedias, la Wood, aunque adorable, resultaba insustancial: como si ni ella ni nosotros pudiéramos creerla. Pero con Elia Kazan o con Nicholas Ray, de quien fue amante a los 16 años -él tenía 43, en Rebelde sin causa, ofreció vibrantes y delicadas interpretaciones.

Con Robert Wagner, que se convertiría en su viudo -¿y en su asesino?-, estuvo casada dos veces.

Splendour se llamaba el yate desde el que Natalie supuestamente se lanzó al mar, cuando intentaba huir de una trifulca entre su marido y su compañero del que sería el último rodaje de su vida, el estupendo actor Christopher Walken, en la vida real un personaje ególatra y disolvente, a la par que fascinante. La motora que Wood habría querido alcanzar para alejarse del yate se llamaba Valiant.

Ambos nombres -Splendour y Valiant- definen la envergadura artística de la pareja: el primero, por Esplendor en la hierba, de Elia Kazan, en la que Natalie Wood ofreció una interpretación tan fina y quebradiza, tan asomada al abismo como su propia existencia. El segundo, por El príncipe Valiente, que consagró a Robert Wagner como ídolo de jovencitas y del cine en tecnicolor, simboliza todo lo que dio de sí este actor mediocre, guapo y autoritario, que terminó haciendo la serie Hart y Hart para televisión, así como de malo secundario en algunas producciones.

Quizá se me note mucho que le tengo manía, pero éste es un artículo de opinión, así que no me corto. Yo siempre pensé que detrás de la muerte de su mujer estaba R. J., como se hacía llamar por amigos y familiares.

Durante aquel siniestro fin de semana ocurrieron cosas que no se han divulgado, pero que pueden adivinarse. Walken y Wood vivían una especie de idilio más intelectual que físico, en el que Christopher dominaba: muchas de las escenas que rodaron juntos en Brainstorm -un desastre de película- las hicieron bebidos, a iniciativa de él. Las juergas siguieron en la costa y en el yate, ya con Wagner integrado.

Puede que al final sepamos lo que realmente ocurrió. Pero nadie me quitará el dolor que sentí al pensar en la muerte solitaria de una exquisita actriz en las aguas oscuras de su peor pesadilla. Alguien debería pagar por ello.

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MARUJA TORRES 27/11/2011

Los tiempos precipitados

Dada la confusión que siembran quienes mueven la sartén sin soltar nunca el mango, sacudiendo para sus intereses el revuelto en que vamos deviniendo, he decidido que, en la medida de lo posible, decidiré mis tiempos. No el Tiempo, caprichoso avatar que ni ellos ni yo podemos someter, al menos en eso estamos igualados.
He decidido, por lo tanto, que hoy es Navidad. Y, ya puesta, Nochevieja y Reyes.

No esperaré otras luces de adorno que aquellas que todavía se encienden en mi interior. Colgaré los regalos de mis buenos deseos en semáforos y farolas del corazón, y no necesitaré de señores de rojo con barba y reno, ni de bebés en pañales en portales y pajas, para cerrar los ojos y desearme a mí misma, y a los míos -los nuestros-, todas aquellas pequeñas cosas que, ahora más que nunca, se asemejan a un jardín de los frutos prohibidos.

Para empezar, no tendré prisa. Me detendré tantas veces como sea necesario para apreciar un repentino perfume que se abre camino entre la mierda, o para valorar un gesto de bondad que refulge entre la estulticia; de igual modo, acortaré el paso y otearé a mi alrededor para detectar los engaños, reconocerlos y rechazarlos en la medida en que me sea posible.

Cuando los gritos y las amenazas y los mensajes agoreros, y la misma cruda realidad quieran ensordecerme, elegiré una tormenta de música, un mar embravecido narrado por un genio en 1887, tan lejos como eso: el coro Una vela! Una vela!, de Otello, de Verdi. Contra la vulgaridad y la zafiedad cotidianas, y contra el ruido y la furia de la codicia y la insensibilidad que quiere instalarse en nuestras vidas, contra todo eso, arte, y cultura, el mismo arte y la misma cultura que se nos quiere arrebatar. Y coros: Va pensiero, coño, haz algo. Vuela, pensamiento, y elévanos por encima de esta barbarie con traje de Armani.

Nada fundamental está perdido -en el sentido original: lo que nos funda y nos sostiene- si existen la música, los libros y la belleza, a nuestro alcance aunque sea con las uñas. Demos gracias si la ignorancia todavía no nos ha arrasado; y sintamos piedad por aquellos a quienes no se permitió salir de la ignorancia. Incluso por aquellos que se encerraron en ella. Qué desperdicio de vidas.

Al cierre de museos responderé con los cuatro catálogos que tengo en casa y, muy por encima, muy por las cumbres, con el catálogo de mi memoria, mientras -junto con la gratitud por haber recibido tanto- memoria me quede. Y, cuando no tenga más remedio que gritar, en uno de esos días en que las injusticias se hacen puntuales y dolorosas -ese día, por ejemplo, en que una persona muere a causa del desmantelamiento de la Sanidad pública-, gritaré como el personaje de Munch, gritaré para adentro con la conciencia y el dolor, para que mi grito no se confunda con el estruendo de voces vanas que claman por sus beneficios. Para que no se diluya entre fútiles truenos de manipuladores.

Inocentes banderolas de deseos cuelgan de farolas y semáforos que puntean mis calles interiores, esas que puedo empedrar con palabras que las vacían de coches y les ponen parterres y papeleras, y perros alegres y niños sanos que juegan y viejos sabios que dormitan, y mujeres vivaces que cotillean. Puesta a vaciar mis avenidas, impediré el paso a los hombres livianos que gritan por teléfono: "¡No lo dudes! ¡Eso te va a beneficiar más de lo que imaginas!". Y también a los hombres vencidos que desconectan el móvil y se sientan en un banco, las espaldas caídas, más hundidos que los ancianos que toman, que tomarán el sol en mi plaza de adentro.

Me pertrecharé en fechas, en recuerdos, en deseos y esperanzas. Para esta Navidad y esta Nochevieja y esta noche de Reyes que es hoy porque me da la gana, me regalo la voluntad que no podrán quebrar y el ánimo que no lograrán anegar con sus sollozos de papel y sus agonías de caja fuerte.

Llega el tiempo de encontrarnos.

Que ya está bien de que nos abran alcantarillas las propias ratas. Ah, y feliz Navidad.

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MARUJA TORRES 13/11/2011
20-N: abramos una ventana

Si yo fuera Rubalcaba y -un suponer- perdiera las elecciones del próximo 20-N, me iría a hacer footing resoplando con satisfacción, y que gobierne el que salga, a ver si se entera. Quizá por eso, porque le quiero bien a quien hubiera sido el mejor candidato en tiempos normales, voy a votar a IniciativaVerds-Equo, desde la autonomía catalana, en donde ejerzo mi derecho y mi responsabilidad. Por lo demás, ni las campañas de los candidatos ni los alaridos de los medios de comunicación van a influir en mi determinación. Quiero aliviarme un poco de tanto partidazo profesionalizado y anquilosado. Quiero una ventana abierta al caos, aunque al principio no sea muy grande, una ventana a la que no sólo asome nuestra pasiva frustración. Quiero usar los codos, los dientes y el voto para abrir otro tipo de agujero en este sistema, que ya está podrido, pero desde el que sus purulencias caen siempre sobre los mismos. Agujeros nuevos por los que entrar para reventarlo.
Llámenlo utopía. En ello estamos algunos, de nuevo. O todavía. Quiero participar en el caos. En esa parte del caos que es creativo, paridor de ideas.

El otro caos, el que nos cubre de impotencia -lo han conseguido: felicidades, señores planetarios-, es global. Recién aterrizada de El Cairo -ya saben, casi quince días antes de que ustedes lean esto-, que tiene sus propias brujas, redoblan en casa los tambores del Apocalipsis económico griego, ahora mismo llamado referendo. No tengo idea de cómo va a resolverse -o empeorarse- el asunto en los próximos días, pero la idea de que estamos rodeados de ineptos por todas partes menos cuando nos sentamos en la taza del váter, una idea ya bastante introducida en nuestras conciencias, se afirma y robustece.

Puestos así, ¿qué importa lo que digan los candidatos? Parecen no haberse movido de nuestros ayeres, de aquel sonambulismo, hoy podemos calificar de apacible -y suicida-, con que nos acercábamos -o no- a las urnas, convencidos de que los pilares de la tierra no podían vacilar. Vaya si podían.

Es hora de buscar un mundo nuevo, una forma nueva de hacer las cosas. Y, aunque, sin duda, queda por delante un trecho muy grande por el que avanzar desatascando el ambiente de tontos inútiles y sanguijuelas malévolas, la única forma decente que tenemos de hacerlo es votar, denunciar, denunciar y votar.

De modo que, cuando gane Rajoy, no me rasgaré las vestiduras: siempre que los pequeños hayan conseguido ser un poco más grandes, y hacerse oír; para que, representándonos, escuchemos de ellos lo que en estos momentos de crisis moral hay que decir.

En realidad, me parece una especie de chiste malévolo que en el momento en que la derecha más conservadora y anticuada se dispone a hacerse del todo con este país, se encuentre con que no hay país ni el santo que lo fundó, sino un magma diluido en otros magmas que a su vez se magmamizan -y perdonen el palabro-, según el día y la hora, según el talante de los intervinientes, y de las agencias de control financiero. Anda, a ver qué hace Isabel la Católica en este abrevadero.

Por otra parte, me resulta altamente fascinante, si no ejemplificador -que también- el hecho de que, en un periodo histórico necesitado como nunca de mentes avanzadas y corazones generosos, este país se disponga a otorgarle la mayoría absoluta a un registrador de la propiedad dotado de resplandeciente apariencia decimonónica. Parecería que, en nuestro afán por que nos registren lo que sea -quiero decir, por constar en algún libro de cuentas, y a ser posible con el saldo a favor-, nos empeñamos en recurrir a uno de esos personajes a los que Tolstói bien habría podido describir con una frase tipo "tenía el aspecto de disfrutar de una renta de cien rublos de oro al año". Es decir, un ínclito, pequeño y respetable valor seguro.

Vamos, anda. Que estamos en el momento de las grandes apuestas. Contra las apuestas de continuidad ahorrativa y de vuelta a la cultura del ladrillo, apuesta por quemar democráticamente lo viejo.

Porque otro mundo mejor puede que no sea tan posible como queremos, pero éste es absolutamente impresentable. Nuestros votos no pueden convertirse en pajaritos enjaulados.

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MARUJA TORRES 09/10/2011

Con libros en Goteborg

Con todos mis respetos hacia mi iPad y la excitante Alice in Wonderland que tengo dentro, con los dibujos originales en movimiento; con mi tributo a las tabletas que hacen más llevadera la lectura para editores y libreros cuando se trata de liquidar (leer) libros-tocho, y con mi más que demostrado respeto hacia las nuevas tecnologías y soportes, a los que, como saben quienes tienen la amabilidad de seguirme, siempre me apunto.
Con todo eso por delante, ¡qué bonitos son los libros de toda la vida!

Y perdónenme la obviedad, pero es que he vivido un baño de libros en la reciente feria del mismo de Göteborg, a uno de cuyos seminarios fui invitada, por la cosa de la novela negra. Aparte de que tuve la fortuna de tropezarme con Henning Mankell en varias ocasiones, y de avistar a otros creadores escandinavos de serie noir (tan sólo una parte de la inmensidad que propone la feria, dedicada este año a la lengua alemana), lo más mejor, es decir, lo maravilloso, fue pasear por el enorme edificio en donde el Bok se alberga.

Verán, mi única experiencia en ferias internacionales de libros es la de Fráncfort, más inmensa aún en espacio, pero sobre todo centrada en lo profesional, lo devotamente laborioso y lo comercial. Escritores consagrados y escritores por descubrir, y un desfile de expertos: editores, periodistas, traductores, agentes... La familia completa. El lector tiene allí un papel secundario. Está, porque si no existiera nada de ello existiría, pero sobre todo estará, leerá y sabrá más cuando Fráncfort dé sus frutos.

Göteborg o Gotemburgo. Los suecos han tenido la gracia de usar la diéresis de la primera o a la manera en que nosotros revalorizamos la ñ, sacando los puntitos de su sitio y jugando con ellos, convirtiendo los puntos en ojitos que nos miran pícaros y se agrupan en bolsas, camisetas, carteles... Ojitos inteligentes que se dirigen al público como si le dijeran: ven y lee.

Lo primero que descubrí es que no hace falta decirle a nadie que vaya a la feria de Göteborg. Además de los escritores del país anfitrión, de Escandinavia en general y de los extranjeros invitados, están los lectores. Llegan de todas partes de Suecia en autobuses -ah, la bendición de un buen transporte público- o desde cualquier punto de la ciudad en bicicleta, en bus o en tranvía. Los taxis son muy caros, quizá por ello los taxistas son muy amables, pero el transporte público es muy bueno. Apunten: ellos no pierden su Estado de bienestar.

No sólo no lo pierden, sino que se quedaron de piedra cuando les conté lo que está pasando por estos pagos. Me encontré con un auditorio ansioso de enterarse de cosas de este país. Un auditorio que en su mitad dominaba el español -dato: ninguno de ellos lo había aprendido en el Instituto Cervantes, sino en universidades suecas- y que seguía la charla con gran vivacidad, con sonrisas y carcajadas muy bien puestas; la labor de los traductores -para la otra mitad- fue excelente. Se interesaron mucho por el Movimiento 15-M y su futuro, sobre el que mi moderadora, la estupenda Ellinor, moderadora, me incitó a hablar. Tengo mucho que agradecerle, así como a Anneli; siempre hay mujeres. Y se quedaron de piedra cuando les hice un somero resumen de los recortes que estamos sufriendo.

Pero lo mejor sucedió cuando, finalizada la charla, me quedé con mi cuerpo de lectora, y mis manos volaron hacia los estantes y las mesas y las paredes y las cestas y los montones: sí, libros en montones, libros en todas partes, arriba y abajo, a lo ancho y a lo largo, libros como peces en un mercado o como frutas. Madre mía. La mayoría pertenecían a idiomas que no conozco y que no puedo leer, de modo que lo que me arrojaba sobre ellos era la sensualidad. El placer de la vista, el cosquilleo en los dedos -tocarlos, dejar que me sintieran-, y la excitación que produce la curiosidad. El descubrimiento de ilustraciones exquisitas, de atrevidos formatos.

Luego de eso, un paseo por la ciudad y una melancólica reflexión, a modo de escuálido consuelo: menos mal que nosotros tenemos buen clima.

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MARUJA TORRES 02/10/2011

Un país desconcentrado

Varios amigos míos, padres de niños y niñas muy inteligentes, han sido sorprendidos por la noticia, proporcionada por las escuelas a las que acuden, de que sus hijos carecen de capacidad de concentración y son, además, hiperactivos. Los portadores de la noticia han añadido que es algo que ocurre con frecuencia. Me preocupa este tema, porque creo que es la consecuencia, que pagan los más jóvenes, de la sociedad que hemos creado uniendo nuestras respectivas desidias. La desidia es un hecho tan social como lo es la rebelión ante la injusticia o la estupidez. Pero para esta última se necesita una aportación imprescindible: la de la inteligencia de cada uno. La desidia se nutre de la abdicación. Que inventen otros, que enseñen otros, que se esfuercen otros.
Tengo entre mis manos el último libro de Ana María Moix. La autora catalana se aleja, por una vez, de la narrativa de ficción, y lo hace para sentar acta del estado, del mal estado de las cosas. Es un libro contundente como una mueca de asco. Lo llama Manifiesto personal, y me complace señalar que es un texto beligerante e inconformista, de los que ahora necesitamos para realimentarnos con verdades, por amargas que resulten. Moix no deja sin señalar parcela alguna de cuantas han contribuido a que nos encontremos desvalidos, desnudos y perplejos frente al actual descalabro económico y moral. Entreverado de anécdotas recogidas a pie de calle, y escrito con una amenidad que se agradece, deliberadamente alejado del ensayo sesudo, pero sin perder jamás la agudeza del pensamiento, este Manifiesto dedica atención a todos los estamentos sociales y los problemas que les aquejan. Lo hace Moix con esa socarronería tan suya que puede provocarnos una sonrisa, pero que nunca nos descabalga de la indignación. Y motivos para indignarnos tenemos: con los políticos, con los financieros... y con nosotros mismos.

Es en las páginas que dedica a los niños y a los jóvenes -a estos niños y jóvenes que "nos están saliendo"- de donde saco el nervio que pretende alimentar este artículo. Me pone frenética que se despachen esa hiperactividad y esa falta de concentración con que crecen nuestras criaturas -a las que se cría, pero no se educa, denuncia Moix- como algo casi inevitable, tipo maldición bíblica que "ya pasará". No es así. Esos críos se convertirán en adolescentes, y luego, en jóvenes a medio cocer: lo que la autora bautiza como "invertebrados". Ya nos los encontramos. Desmotivados y con la mente vaporosa: son los que responden con monosílabos o mugidos bovinos a cualquier pregunta que requiera un mínimo esfuerzo neuronal.

Señala Ana María MOIX, como causa principal de este retroceso educativo, la dejación que la mayoría de los padres han hecho al confiar a sus hijos, desde la más tierna edad, a la hipnosis de la pantalla del televisor. Esto viene de lejos. De hecho, esos "invertebrados" con los que nos encontramos ya han sido deformados por los mensajes de la televisión, la publicidad, el zapping, la inducción a sentir falsos deseos de inmediata y efímera satisfacción y, por encima de todo, la ausencia de inteligencia.

Ahí está el niño o la niña, con un mando a distancia en la mano, fijando su atención en historias cortas. ¿Quién le sentará a leer un libro? ¿Quién sentará a hacer lo propio a los adultos que le crían y cuyo narcisismo considera una pérdida de tiempo todo lo que no conduzca a una satisfacción inmediata? ¿Dónde está el anuncio que culpabiliza al usuario por no haber leído a tiempo un buen libro? Qué va: lo que tenemos es una machacona campaña en la que todo el mundo pone a parir al infeliz que no se decidió por un auto de determinada marca. Imaginen lo hermoso que sería que, en ese anuncio, el protagonista despertara de su pesadilla y, en lugar de encontrarse al volante del coche de marras, se viera en la biblioteca de su casa, rodeado por sus amados volúmenes. Uf, soy un lector. Menos mal que mi analfabetismo funcional ha sido solo un mal sueño.

Éste es un libro amargo, cierto. Pero por una buena razón: porque el final feliz tenemos que aportarlo entre todos. Aquí: en este país. En la realidad, en la vida.

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MARUJA TORRES 25/09/2011

Sanidad pública: el buque fantasma

 

La primera vez que estuve en el edificio de traumatología del hospital Vall d'Hebron de Barcelona fue hace poco menos de diecisiete años, para una consulta que dio lugar a una exitosa operación en la rodilla y una excelente relación con el doctor Joan Nardi, jefe del servicio y una de las personalidades más sensatas y divertidas que he conocido, con o sin bata. Tengo fe ciega en él y sus diagnósticos: nunca engaña, ni pone paños calientes, ni permite que uno pida milagritos. Ayuda mucho a encajar la realidad y a torearla.

Mi rodilla -y mis huesos, en general- encontraron en ese edificio azul y blanco, grande y sólido, emblemático, una especie de hogar sanitario. No, una especie, no: un hogar sanitario real, serio. Entrar y salir, tanto por urgencias, con muletas -porque no tiene peldaños-, como subiendo la escalera principal con un bastón o ya sin él y casi bailando, entrar allí, digo, nunca fue para mí motivo de desazón o recelo. Me abría paso por entre los pacientes internos que, en silla de ruedas o más o menos perjudicados, tomaban el sol a la entrada y fumaban. Me metía como podía en los atiborrados ascensores, concebidos para albergar holgadamente una camilla, me arriesgaba a subir y bajar y viajar en el ascensor, con tal de no perderlo. Cuando frecuentaba la sala de rehabilitación, en donde tantas lecciones de humanidad recibí -tanto sufrimiento verdadero, entre aquellas paredes-, me sentía segura, como en todo el edificio y, más adelante, en la construcción principal. Tuve hospitalizados a parientes, a amigos, pasé angustias, me deprimí saliendo y dejando atrás tanto dolor, tantos dolores, tantas vidas que, en su momento de máxima fragilidad, encontraban en la sanidad pública, al menos, la seguridad de recibir aquello por lo que habían estado pagando durante años, décadas de trabajo.

Ayer volví a pasar consulta. No había ido desde abril: antes de iniciar la gira de mi último libro, mi traumatólogo predilecto me echó una ojeada y me dijo que podía afrontarla. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces? ¿Cuatro, cinco meses?

Me cuesta referir aquí lo que ayer hallé, cómo ha arrasado la política de recortes -aquí y ahora de la Generalitat convergente; aunque ya antes empezó a moverse el piso- aplicada sin piedad y a rajatabla. Las cifras sobre Vall d'Hebron, conocidas públicamente -como las que afectan a todos los centros sanitarios públicos- gracias a filtraciones y a sindicatos, se convierten en un rudo mazazo cuando se encuentra una frente a sus consecuencias. Algo que ha costado tanto construir puede destruirse por decreto en dos días. El esfuerzo de médicos, enfermeros, celadores, camilleros, de todo el personal sanitario: a tomar por saco. Qué satisfechos deben de sentirse los gobernantes globales. Vosotros os esforzasteis por levantar cabeza durante siglo y pico, nosotros os achantamos de hoy para mañana. Así. Sin complejos. ¿Hay grandeza en esa manera de gobernar? No me lo parece. Ser un mandado es ser un mandado, aunque quien pague los platos rotos y los recados servidos sea el ciudadano raso.

De modo que las 7.000 operaciones que dejarán de realizarse este año en el complejo Vall d'Hebron, las 56 camas eliminadas definitivamente, y las que caerán; y los cierres que vienen, y lo que está sucediendo en ambulatorios, en otros hospitales... Todo ello se materializó ante mis ojos. Y el edificio vacío de traumatología de Vall d'Hebron se convirtió en la metáfora viviente de la ruina moral y social en que hemos entrado en este invierno de nuestro descontento que se inició con la crisis más grande, sí, pero también gestionada por los inútiles más audaces y despiadados que hemos conocido.

No había enfermos ni había camillas ni había enfermeros ni había prácticamente luz en la planta del servicio, cuando salí del vacío ascensor. Han desaparecido las personas de recepción que nos acogían. Nadie circula por los pasillos, nadie espera en la salita.

Y nadie tuvo que contarme lo que contemplé, lo que sentí. La impresión de naufragio de algo mucho más grande que nosotros, algo que nos unía. Yo me resisto a llamarlo Estado del bienestar, y lo definiría más bien como estado de reparación de injusticias, de redistribución de la riqueza que hemos generado.

Cómo duele ese edificio a media luz. Pero sólo a quienes nos importa.

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MARUJA TORRES 18/09/2011

No todos son náufragos

Despierto con un ataque de vértigo, en el martes que sigue a uno de los ya habituales lunes negros bursátiles. Optimista voluntaria -soy de las que ven la parte buena de naufragar en el Titanic: barra libre-, pienso en la suerte que tengo de ejercer el oficio de escribir, en lugar de ser limpiador de ventanas encaramado a un andamio en la planta veinte de un edificio repleto de asesores financieros. Ingiero un Dogmatil y, mientras aguardo a que surta efecto, escucho la radio, zapeando como es debido. Se preguntarán ustedes por qué la radio, en pleno vértigo. La respuesta es simple. Los ruidos radiofónicos cubren en parte el de la taladradora de los obreros que están cambiando las tuberías del gas de la casa donde habito.


Leo los diarios en el iPad, ideal para la cama, mientras las inquietantes voces de los conductores de programas matinales en las emisoras decentes trepidan, una tras otra, o a la vez -uso dos aparatos más Internet-, en mi cama. He escrito el adjetivo inquietantes porque, últimamente, a los profesionales de la radio les estoy empezando a notar el mismo tono perplejo que usan los políticos cuando hacen ver que saben lo que está ocurriendo y que son capaces de solucionarlo, a sabiendas de que nosotros hace ya un rato que les hemos clasificado como incapaces. Encuentro a todo el mundo desvalido -menos a la pareja de domadoras circenses del PP, que ésta es otra: Madame Manostijeras y Madame Guillotina, cada cual en su autonomía a modo de carpa-, y eso me desazona.

En esencia: hundimiento financiero; de nuevo, la absurda e idiota polémica del castellano-catalán (con la que les está cayendo en recortes a los enseñantes; y la que les caerá); los cientos de miles de muertos por hambruna que ya se dan por futuribles seguros en el Cuerno de África (a principios de los noventa anduve por allí: no han arreglado nada desde entonces, al contrario), y mucho blablablá de expertos que suenan, también, inseguros. Palabras que se repiten: Europa (más), gobernanza (más), educación (menos).

Abandono la radio y agarro Le Monde diplomatique, en español y en ese bonito papel tan claro que tiene. El artículo de Ramonet: Generación sin futuro. ¡Cielos! Hay también una interesante aportación sobre el debate abierto por el prestigioso mensual -tranquilos: ni los políticos ni los financieros lo leen- sobre la necesidad de que nos desmundialicemos de una puñetera vez, o aunque sea poco a poco. Hay un escrito sobre el que me arrojo, porque el título promete entretenimiento -Orejas de burro para el FMI-, pero la lectura de los errores básicos de dicho ente mundial del prestamismo, así como su institucional cerrazón de mollera, ponen los pelos de punta.

Así las cosas, y ya un poco mejor de mi trastorno, abro la revista El Temps -en catalán: soy bilingüe, como saben, y nunca me he sentido de más en la mejor Catalunya-, y veo un reportaje a todo color sobre Eivissa (Ibiza). El trabajo es excelente y muestra un universo tan obsceno, de multimillonarios, de súper yates, de limusinas, de servicios al cliente al momento cueste lo que cueste, de habitaciones de hotel a 3.000 euros la noche, con piscina y jacuzzi privados, de mafiosos rusos, de jeques árabes, de VIPs descendientes de aquella santa que fue actriz buena en Hollywood y bastante peor en Mónaco... Y de nuevos ricos españoles que no se cortan a la hora de pedir lo más grande, lo más ostentoso, lo más más de lo más.

Cielos, me repito, pero ahora ya con poca esma (ánimo). ¡Tiene razón Jorge Drexler! Más o menos: "Tu hipoteca se hizo calor, luego el calor movimiento, luego gota de sudor, luego yate de 90 metros de eslora provisto con helicóptero en cubierta y amarrado al embarcadero por 2.000 euros al día". Sí, todo se transforma, y el dinero que debemos está por ahí y se pega la vida padre.

Continúo en la cama reflexionando acerca de si lo que me aqueja es vértigo de oído, como creía al principio, o más sencillamente, asco.

Ahora que lo pienso, en el Titanic sólo tuvieron acceso al bar los que viajaban en primera. Pinche parábola neocapitalista, ya a principios del siglo pasado.

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MARUJA TORRES 11/09/2011
Cine, cine, cine

Sin nostalgia y con una vitalidad tremenda en el montaje, y en la concepción de la obra desde el principio, nos está llegando, a través de La 2 -de lunes a viernes, a las ocho y media de la tarde/noche-, una serie que tiene el don de alegrarnos el cuerpo a las personas que amamos el cine: Una historia de Zinemaldia. Que no es sino la historia del Festival de Cine de San Sebastián, desde que empezó en 1956 hasta nuestros días.
Creada y dirigida por Diego Galán -cuyo libro sobre el mismo tema, Jack Lemmon nunca cenó aquí, estaba pidiendo a gritos imágenes; pero esta serie da más-, Una historia... evidencia el sello inconfundible de su autor, a quien ustedes conocen no sólo por lo que escribe -siempre con tino-, sino mucho más -supongo, porque así es la tele- por sus apariciones en canales diversos, la TCM últimamente, pero llenaría el suplemento si les anotara todas las colaboraciones que ha realizado este hombre desde que -cuando yo le conocí, con el Paco aún muy vivo- se trajinaba, a medias con Fernando Lara, la sección de cine de Triunfo (quepa aquí un recuerdo para la fina inteligencia de Haro Tecglen: ambos se querían mucho).

A pesar de mi disfrute con las recomendaciones de Diego en pantalla, y con su defensa del cine español en las páginas culturales de este mismo diario, siempre he echado en falta al hombre que nos aportó aquellas deliciosas e instructivas series: Memorias del cine español y Queridos cómicos. Diego posee algo que pocos autores de documentales tienen, sobre todo cuando se enfrentan a un material tan ingente. Ese algo se llama garbo narrativo. No crean que es un don fácil de encontrar.

Según el Diccionario de la RAE (DRAE), las cualidades contenidas en la palabra "garbo" son, en primer lugar, "gallardía, gentileza, buen aire y disposición de cuerpo". Aplicadas a una narración -sea literaria o en imágenes-, estas cualidades (bastante en desuso: han sido sustituidas por la brocha gorda) hacen que siempre te diviertas con la obra sin tener que avergonzarte por ello. Sigue el DRAE: "Gracia y perfección que se da a las cosas". Esta frase sintetiza lo que podríamos llamar el toque Galán. Su trabajo es redondo, brillante, y carece de pedantería. Para terminar, dice el diccionario: "Bizarría, desinterés y generosidad". Eso es lo que caracteriza las entregas de Diego: la gentileza con que nos ofrece sus conocimientos, su memoria, sus juicios, su humor.

Si tanto la palabra garbo como los términos que la explican pueden parecer hoy día un tanto anticuados, ello no es porque hayan perdido su valor, sino porque, por desgracia, la esencia y la belleza de las cosas -entre ellas, el cine- han sido encubiertas y falseadas por una espesa capa de cinismo y de oportunismo, de chanza fácil y de cotilleo infecto, cuando no de vaciedad pomposa que sólo oculta más vacío. Pero admirando esta serie, viendo y escuchando a personas que hicieron grande nuestra cinematografía en tiempos más difíciles que estos -nunca lo olvidéis-, recuperando a gente como Juan Luis Borau o Basilio Martín Patino o Elías Querejeta o Manuel Gutiérrez Aragón -entre tantísimos como poblaron las noches y los días de los festivales de Donostia-, se ve claramente que fuimos afortunados quienes tuvimos la dicha de conocerles, de compartir sus hallazgos y de gozar de su sentido del humor y generosidad. Productores, directores, intérpretes, directores de fotografía, músicos... por nombrar sólo a los que más se ven... Generaciones de cineastas que también garbeaban por los circuitos del Festival, que con los años se fueron haciendo más ricos e insustituibles a nivel popular.

Que el recuerdo de este Festival -en el que tanto disfruté, tanto aprendí, tanto recibí en mis años de reportera- nos llegue ahora, y además, en la televisión pública, es una de esas escasas oportunidades para el deleite que nos depara la pequeña pantalla. Una joya.

Personalmente, disfruto además reconociendo los rincones -la cancha de frontón en el casco antiguo, el bar del María Cristina-, los salones, la alfombra, en donde durante tantas ediciones hice de todo y me ocurrió de todo, cruzándome siempre con mi querido amigo el periodista gallego Albino Mallo, ahora retirado y convertido en amiguito Facebook.

En fin, una gran serie sobre un festival estupendo. ¡Y este año viene Glenn Close!

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MARUJA TORRES 31/07/2011

La soledad del ciudadano ante la cinta

Más que en ningún otro periodo del año, en vacaciones se producen comunidades espontáneas de personas reunidas en torno a un elemento que actúa a modo de factor totémico para nosotros: la cinta rodante que vomita -o no- nuestras maletas cuando hemos salido de un avión.
En esas ocasiones formamos una sociedad paralizada que no cuesta demasiado convertir en parábola de aquella que somos a menudo y cotidianamente, una sociedad aterrada por la posibilidad de que la maleta con que ha ido cargando -sus posesiones, sus objetos amados, sus costumbres- vaya a desaparecer de un momento a otro, y de que vayamos a enterarnos de ello escuchando la radio. Siempre he sospechado que los equipajes desaparecen por agujeros negros, y ahora pienso que esas simas deben de ser similares a las que cavan los mercados. Un chup-chup pantanoide: y desaparecidos, todos.

En los grandes aeropuertos, la proliferación de cintas y el constante flujo de vuelos hace que los viajeros que se amontonan a su alrededor mezclen procedencias tanto como costumbres. Sin embargo, hay dos hechos que nos unen y en cierto modo nos consuelan, al menos a mí. En primer lugar, llamar por teléfono a la persona que nos está esperando para contarle que llegar, lo que se dice llegar, ya hemos llegado; pero que lo de la maleta ya es otro cantar. Podemos extendernos en explicaciones acerca del pasado inmediato ("Sí, salimos con media hora de retraso y luego tuvimos que esperar otro tanto en el avión, pero el vuelo ha sido bueno"), pero sobre el futuro inminente no acertamos más que a pronunciar vagas componendas: "Vamos a ver...". "Ya sabes tú cómo es esto...". "Cualquiera sabe...".

Mucho punto suspensivo y mucha desconfianza en los mercados. O en la mano que mece la cinta.

Me he fijado, por ejemplo, en que por muy simpáticamente que nos hayamos comportado los unos con los otros en un mismo vuelo -y a menudo se crean turbulencias de empatía muy apetecibles entre ocupantes de asientos y filas cercanas-, a la hora de esperar los bultos se nos pone a todos un ídem en la garganta, supongo, porque nos hundimos en un silencio mutuo que tira a huraño. Es como si la sospecha de que uno pueda recuperar su maleta, y el otro no, presagiara... ¿un derrumbe de confianza? ¿Una retirada de inversiones?

Llevaba yo, en mi último regreso, cuarenta minutos de espera -el vuelo había durado hora y veinte-, cuando me dio por meditar en lo dispersos que nos habíamos quedado en torno a la cinta. Y despistados, además: como si estuviéramos desamparados. Un grupo se había reunido en torno a la bocaza sur, esperando que el arrojo de equipajes se iniciara por allí. Otros, personas sueltas, merodeaban en torno a la cinta, como si quisieran encontrarse en todas partes a un tiempo para mejor agarrar sus pertenencias por el asa en el instante oportuno.

Otros se sentaban, bostezaban. Los niños correteaban sin que las madres, exhaustas, les prestaran gran atención. Derrumbadas en el asiento, algunas se mordían las uñas filosóficamente, y otras le colocaban el rorro al padre, quien seguía quejándose por teléfono de la lentitud en la entrega.

Pero lo cierto es que todos, los que daban vueltas y los que permanecían quietos, parecíamos resignados. A lo mejor, me dije, cuarenta minutos de espera es mucho solo para mis parámetros. Debido a mi edad, me parece una barbaridad; vamos, una forma inadmisible de perder el tiempo.

Lo cierto, decía, es que no aparecía la indignación en ninguno de los rostros -ni siquiera en el mío-, más bien se hacían presentes el tedio, el aburrimiento y, sobre todo, la voz de la experiencia. ¿Para qué sirve irritarse si no puedes echarle las culpas a nadie? ¿Es AENA, es el Gobierno central, es la Generalitat? Una cosa resulta cierta: los controladores no son. Posiblemente el asunto se arreglara contratando a más personal, pero da una galbana pensar en ello...

Y así, ante esa comunidad inane, desarmada y difusa, fueron apareciendo las maletas por el agujero que se encontraba más alejado. Unos corrieron y otros nos quedamos esperando. Como en la vida.

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