Desde lejos
El gran nombre de la democracia
La Vanguardia - Magazine | 07/06/2012
Desde hace tiempo, cada mañana, después de leer el periódico y escuchar algún informativo en la radio, suelo caer durante un rato en un proceso depresivo. Imagino que a todos ustedes les sucede algo parecido. Por muy bien que les vayan las cosas a cada uno a título individual, es imposible no verse afectado por todo lo que nos rodea. Parece que nos hayan tirado encima un cubo entero de pintura sucia y maloliente, emborronando el fresco más o menos decente que habíamos ido haciendo entre todos.
Entre todos: al menos desde el siglo XVIII y el extraordinario proceso dela Ilustración, han sido muchas las generaciones, infinitos los hombres y las mujeres que han batallado y se han dejado la libertad y hasta la vida por construir un mundo mejor. Una sociedad de la que habían ido desapareciendo lentamente las masas de los desheredados, dando paso a un dominio de las clases medias que fueron accediendo a la educación y al poder a través de la democracia.
Habíamos aprendido que la redistribución de la riqueza era fundamental para la paz social. Que compartir con los desprotegidos era la obligación de los más afortunados. El camino hacia delante parecía imparable. Y ahora de pronto, en unos meses, nos desmantelan todos esos derechos conseguidos a base de tanto esfuerzo. Derechos adquiridos, no privilegios regalados. Día a día, entre unos y otros, nuestros gobernantes se van cargando en nombre de la crisis los logros de una sociedad que, al fin, empezaba a ser justa. Sólo empezaba: España no había llegado ni de lejos al nivel de protección social existente en otros países de nuestro entorno, cuando la guadaña de los recortes ha ido a decapitar precisamente ahí.
Tratan de convencernos de que no queda otro remedio. Pero entretanto vemos cómo los privilegios de los más ricos y los más poderosos se mantienen intactos. Como si la historia no hubiera sucedido. Mientras millones de españoles se van al paro y cientos de miles de parados rozan ya la miseria, los políticos y sus colegas financieros y banqueros siguen impolutos en su mundo perfecto. Y da igual que malversen o dilapiden el dinero que hemos aportado entre todos y que debería invertirse en becas, quirófanos o asilos: nunca pasa nada. Han tirado millones de euros públicos por la ventana, han inaugurado infraestructuras absurdas, adquirido mansiones, arruinado cajas de ahorros, viajado en coches supersónicos, pagado cenorras, prostitutas y cocaína con nuestros impuestos. Pero ahí siguen, con sus corbatas impecables y su aire de ladrones elegantes.
Cada mañana, después de leer el periódico, en medio de la depresión, los maldigo. Maldigo a los corruptos, claro, pero también a los vanidosos que han querido dejar sus nombres escritos en piedra para la posteridad. Y a todos los decentes que han mirado hacia otro lado haciéndose los tontos mientras sus compinches robaban. Y ya sé, ya sé que todo esto no debe decirse, que es dar pábulo a los extremismos y a los populismos. Etcétera. Etcétera. Pero entonces ¿qué hacemos? ¿Nos callamos mientras ellos nos conducen obedientemente, como ovejitas silenciosas, hacia el viejo corral del antiguo régimen, las grandes desigualdades, los señores y los siervos? ¿Decimos amén porque esta bazofia lleva el gran nombre de democracia…
Contra la fealdad
Diario Público.es 16 feb 2012
Miro a mi alrededor y lo que veo me parece feo. Muy feo. Veo a millones de personas en el paro, con los problemas económicos y anímicos que eso conlleva. A muchos de ellos rozando el umbral de la pobreza, o ya abiertamente dentro de ella. A muchos perdiendo esas casas a cuya compra los empujaron cínicamente los bancos. A cientos de miles de jóvenes capacitados y entusiastas con todas las puertas cerradas, salvo las de la emigración. Y a otros cientos de miles de mayores de 50 años que difícilmente podrán reincorporarse a la vida laboral.
Veo a un montón de políticos y expertos –españoles y europeos– que no saben por dónde tirar y terminan tirando por el camino más fácil, el de hacerles la vida aún más dura a quienes ya la tienen sobradamente complicada. La corrupción reptando como una serpiente de mil cabezas. Una sanidad cada vez peor. Una educación que fracasa demasiadas veces. Gentes realmente necesitadas abandonadas por todas las administraciones. Un sistema judicial al que en muchas ocasiones le interesa cualquier cosa menos la justicia. El ámbito de lo público en estado lastimero.
Y veo el desánimo y la desesperanza cundir por todas partes, creciendo como un hongo inmenso que estuviera ahogando a este país. Nos vamos volviendo miedosos, conservadores, cada vez más sumisos. Y yo rezo a todos los patronos de lo imposible para que nos despertemos, nos sacudamos, nos ilusionemos, les paremos los pies a los abusadores y nos dejemos invadir por el espíritu de combate y los sueños realizables. Para que, entre todos, plantemos cara a la tormenta y arranquemos de cuajo toda esa fealdad.
Veo a un montón de políticos y expertos –españoles y europeos– que no saben por dónde tirar y terminan tirando por el camino más fácil, el de hacerles la vida aún más dura a quienes ya la tienen sobradamente complicada. La corrupción reptando como una serpiente de mil cabezas. Una sanidad cada vez peor. Una educación que fracasa demasiadas veces. Gentes realmente necesitadas abandonadas por todas las administraciones. Un sistema judicial al que en muchas ocasiones le interesa cualquier cosa menos la justicia. El ámbito de lo público en estado lastimero.
Y veo el desánimo y la desesperanza cundir por todas partes, creciendo como un hongo inmenso que estuviera ahogando a este país. Nos vamos volviendo miedosos, conservadores, cada vez más sumisos. Y yo rezo a todos los patronos de lo imposible para que nos despertemos, nos sacudamos, nos ilusionemos, les paremos los pies a los abusadores y nos dejemos invadir por el espíritu de combate y los sueños realizables. Para que, entre todos, plantemos cara a la tormenta y arranquemos de cuajo toda esa fealdad.
Derroche en los hospitales
Diario Público 09 feb 2012
Estos son algunos casos de despilfarro de la sanidad pública ocurridos en los últimos meses en mi entorno.
Primero. Mujer de mediana edad ingresada por urgencias por un problema de circulación. Permanece ingresada ocho días, pero las pruebas no se las hacen hasta el séptimo.
Segundo. Anciano ingresado por problemas urológicos. Cuando sale del hospital y acude al especialista, hay que volver a realizarle todos los exámenes (escáner, etc.) porque los realizados en el hospital no han sido archivados.
Tercero. Mujer de mediana edad “vaciada” por la existencia de células precancerígenas. Durante la operación, no se le hace como es habitual la anatomía patológica. Cuando unos días después los resultados de esas pruebas demuestran que tiene cáncer, es preciso volver a operarla en el plazo de un mes.
Cuarto. Joven ingresada tras un accidente. Cuando la ambulancia la lleva a su casa, los camilleros dejan allí las 3 o 4 sábanas con las que la habían protegido y, al indicárseles el olvido, aseguran que no pasa nada, y que son muy buenas para limpiar el polvo.
Supongo que todos conocemos montones de situaciones semejantes. Infinidad de casos a diario de derroches absurdos que, por lo visto, nadie controla. Entretanto, y para ahorrar, las administraciones cierran quirófanos, alargan horarios, escatiman pruebas o piensan en el copago y no en la racionalización y el control, que sería lo lógico. Alguien debería poner un poco de cabeza en todo esto y no lanzarse alegremente a perjudicar a los ciudadanos. ¿O es que la razón ya no existe? (Y que no se me olvide: ¡Viva Alberto Contador! Quienes amamos el ciclismo, seguimos admirándole).
http://blogs.publico.es/desdelejos/299/derroche-en-los-hospitales/
Lo que imaginábamos
Diario Público 02 feb 2012
Me temo que esta va a ser la temporada de encabezar los artículos con un “se veía venir”. Ya lo utilicé hace unos días para hablar del desdén del nuevo Gobierno hacia el medio ambiente. Y las noticias de estos últimos días me impulsan a volver a hacerlo: se veía venir que Garzón sería juzgado por intentar impartir por fin justicia en los crímenes del franquismo, ante el pasmo de la comunidad internacional y de buena parte de los ciudadanos españoles, incapaces de entender al poder judicial.
Se veía venir que, apenas nombrado, el Gobierno metería mano a la educación. ¡Cómo no! Cada vez que uno de los dos grandes partidos llega al poder es lo primero que hace: cortar por aquí, alargar por allá, cambiar planes a su antojo y seguir hundiendo cada vez más la enseñanza en el pozo de la mediocridad, cuando no en el del fracaso. Y se veía venir que quienes consideran que el único modelo social válido es el que ellos propugnan, se cargarían una asignatura tan “peligrosa” como Educación para la Ciudadanía. Aunque el ministro tenga que mentir leyendo frases de un libro de texto que no lo es.
Y, por supuesto, se veía venir el retroceso de la Ley del Aborto a una norma obsoleta que obligará a muchas mujeres a justificar lo que ninguna debería verse obligada a justificar, y a un montón de jóvenes a enfrentarse a conflictos familiares de tremendas consecuencias. Muchas volverán a buscar soluciones en el extranjero. Y otras muchas –y eso es lo peor– arriesgarán la vida en abortos ilegales. ¿Qué ocurrirá con la píldora del día después…? ¿Y con el matrimonio homosexual…? ¿Se ve venir…?
http://blogs.publico.es/desdelejos/296/lo-que-imaginabamos/
Algo huele a podrido en la Justicia
Diario Público 26 ene 2012
Días para hablar de la Justicia y sus infinitos problemas: manifestaciones a favor del maltratado Garzón y en contra de la triste –aunque quizá inevitable– sentencia del caso Marta del Castillo. La gente, por fin, empieza a rebelarse contra los siempre intocables jueces (a los que habría que añadir los legisladores). Al mismo tiempo, anuncios de reformas de la vicepresidenta y del ministro Gallardón. Parece que el Gobierno se toma en serio a ese desprestigiado pilar de la democracia, y así debe ser. Pero la cosa es tan compleja, que me temo que no bastará con algunos remiendos.
Exagerada judicialización de los conflictos, a falta de instituciones de arbitraje y mediación. Un corpus legislativo hinchado, demasiado confuso y abierto a interpretaciones personales. Excesivas penas de cárcel para delitos que podrían ser castigados con trabajos sociales y que convierten a nuestras prisiones en las más pobladas de Europa. Escasez de medios y recursos, de juzgados, jueces y funcionarios, y de miembros de la Policía Judicial. Y en consecuencia, retrasos agotadores.
Esos son tan sólo algunos de sus conflictos más notables. Por no hablar de la “partidización” –que es más que simple politización–, de la descarada manera en que muchos jueces de los altos tribunales se ponen al servicio de los partidos y sus intereses. Encabezados por los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Culpas repartidas: a los magistrados, las suyas, pero también a los legisladores y a los políticos. Y o se arregla todo eso –y mucho más–, o no podremos hablar de una democracia asentada y digna. ¿Será tan difícil?
Hace tiempo que lo veíamos venir: la crisis, magnífica excusa para unos cuantos desmanes políticos, afectaría también al medio ambiente, relegándolo aún más allá en la lista de prioridades. O, todavía peor, justificando cualquier tropelía en nombre del desarrollo económico, con el pretexto de que es más importante crear riqueza para el tiempo inmediato que proteger nuestro entorno pensando en el futuro. Ya los últimos gobiernos del PSOE caminaban por esa senda. Y este primero del PP lo está dejando bien claro desde el principio: el respeto a la ecología le parece un freno al progreso, y no está dispuesto a tragar con esas tonterías.
El ministro del ramo, Arias Cañete, afirmó apenas nombrado que no sabía nada del asunto. A esa declaración poco prometedora le siguió el anuncio la semana pasada de una “reforma muy profunda” de la Ley de Costas, que permitirá asignar nuevos usos al litoral, y del próximo desarrollo del turismo –aún más– en los parques nacionales. Resumiendo: nada se interpondrá para que un nuevo ataque del ladrillo y la masificación siga destruyendo nuestros paisajes y todos sus tesoros ecológicos.
Pero las malas noticias no terminaron ahí: dos días después, se supo que nuestro país renunciaba a seguir ocupando la presidencia del Programa de Medio Ambiente de la ONU, cargo que nos correspondía ejercer durante un año más, justamente el año en que se celebrará la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Está claro que en lo de proclamar su ignorancia, el ministro fue sincero. Aunque, por lo que vamos viendo, podía haber mencionado también su total desinterés.
http://blogs.publico.es/desdelejos/286/a-por-el-ladrillo/
El ministro del ramo, Arias Cañete, afirmó apenas nombrado que no sabía nada del asunto. A esa declaración poco prometedora le siguió el anuncio la semana pasada de una “reforma muy profunda” de la Ley de Costas, que permitirá asignar nuevos usos al litoral, y del próximo desarrollo del turismo –aún más– en los parques nacionales. Resumiendo: nada se interpondrá para que un nuevo ataque del ladrillo y la masificación siga destruyendo nuestros paisajes y todos sus tesoros ecológicos.
Pero las malas noticias no terminaron ahí: dos días después, se supo que nuestro país renunciaba a seguir ocupando la presidencia del Programa de Medio Ambiente de la ONU, cargo que nos correspondía ejercer durante un año más, justamente el año en que se celebrará la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Está claro que en lo de proclamar su ignorancia, el ministro fue sincero. Aunque, por lo que vamos viendo, podía haber mencionado también su total desinterés.
http://blogs.publico.es/desdelejos/286/a-por-el-ladrillo/
El esperpento
Diario Público 12 ene 2012
Necesitamos urgentemente a Valle-Inclán. Si es cierto que un día los muertos resucitarán, pidámosle al señor que a don Ramón le devuelva ya el cuerpo y la mente, y que nos lo mande enterito, con su barba, su brazo de menos, su mal carácter y sus magníficas neuronas, para que se ponga rápidamente a observar la realidad en los viejos espejos deformantes del callejón del Gato y nos escriba algunos esperpentos que nos libren, gracias al arte, de la vergüenza nacional en la que estamos sumidos.
Los personajes y las tramas están (presuntamente): los cutres expresidentes autonómicos que se enriquecen a sí mismos y a sus compadres a costa del erario público y se gastan luego la pasta en horteradas. El creador del aeropuerto fantasma que culmina su obra haciendo levantar, cual faraón, una estatua inspirada en su bello físico. El apuesto duque que utiliza los trucos más sucios para comprarse palacetes. Y hasta el alto cargo que usa las subvenciones para los más desprotegidos como le da la gana, incluyendo en esa gana la compra de cocaína y señoritas de compañía (es un suponer).
Por encima de ellos, mediante algún truco, deberían aparecer también en el escenario todos los que miraban hacia otro lado, silbando, mientras los protagonistas choriceaban: los cargos aún más altos, los compañeros repentinamente ciegos, los responsables locales, provinciales, autonómicos y nacionales de sus partidos. Y en algún rincón bien iluminado, los muchos españoles que a día de hoy, por ejemplo, van a perder su empleo, a verse rechazados una vez más en un trabajo o a ser desahuciados. Esperpento. ¡Vuelva, don Ramón!
Diario Público 12 ene 2012
Necesitamos urgentemente a Valle-Inclán. Si es cierto que un día los muertos resucitarán, pidámosle al señor que a don Ramón le devuelva ya el cuerpo y la mente, y que nos lo mande enterito, con su barba, su brazo de menos, su mal carácter y sus magníficas neuronas, para que se ponga rápidamente a observar la realidad en los viejos espejos deformantes del callejón del Gato y nos escriba algunos esperpentos que nos libren, gracias al arte, de la vergüenza nacional en la que estamos sumidos.
Los personajes y las tramas están (presuntamente): los cutres expresidentes autonómicos que se enriquecen a sí mismos y a sus compadres a costa del erario público y se gastan luego la pasta en horteradas. El creador del aeropuerto fantasma que culmina su obra haciendo levantar, cual faraón, una estatua inspirada en su bello físico. El apuesto duque que utiliza los trucos más sucios para comprarse palacetes. Y hasta el alto cargo que usa las subvenciones para los más desprotegidos como le da la gana, incluyendo en esa gana la compra de cocaína y señoritas de compañía (es un suponer).
Por encima de ellos, mediante algún truco, deberían aparecer también en el escenario todos los que miraban hacia otro lado, silbando, mientras los protagonistas choriceaban: los cargos aún más altos, los compañeros repentinamente ciegos, los responsables locales, provinciales, autonómicos y nacionales de sus partidos. Y en algún rincón bien iluminado, los muchos españoles que a día de hoy, por ejemplo, van a perder su empleo, a verse rechazados una vez más en un trabajo o a ser desahuciados. Esperpento. ¡Vuelva, don Ramón!
Lo que quiero ahora
Magazine de la Vanguardia 19/01/2012
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sana que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.
Magazine de la Vanguardia 19/01/2012
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sana que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.