Isabel Coixet

MI HERMOSA LAVANDERÍA


ME GUSTARÍA

Dominical 26/02/2012

Me gustaría escribir un artículo alegre, optimista, de esos que levantan la moral del más pintado.
Me gustaría escribir haikus sobre los brotes verdes y la primavera que llega y las golondrinas que vuelven.
Me gustaría que estuviéramos ya en 2015, donde se supone que "lo peor habrá pasado".
Me gustaría salir a la calle y no encontrarme con amigos que pierden el trabajo y no ver en sus ojos el miedo a no conseguir otro.
Me gustaría que los amigos que todavía trabajan no vivan con la angustia de perder el trabajo.
Me gustaría no ver un programa más de televisión sobre la vida de los ricos y sus salones de lujo, con Lamborghinis de medio millón de euros y sus relojes de brillantes de millón.
Me gustaría despertarme un día y no ver en directo cómo un juez le pregunta sin el menor asomo de empatía, simpatía o cortesía a una señora octogenaria vestida de negro, que hace un titánico esfuerzo por contar la tragedia que se llevó a sus padres, por qué decidió denunciar los hechos.

Me gustaría muchísimo
no tener que leer en determinados diarios que se venden en los quioscos al lado de Vogue y los coleccionables de los niños cómo se denigra públicamente, con una aterradora falta de respeto, a esa misma mujer enlutada y de cabello blanco que sabe que su madre está enterrada en una fosa común y que lo único que quiere es llevarla a un sitio donde su muerte tenga una pizca de sentido.
Me gustaría no escuchar a los profesionales de la queja ejerciendo en los bares, mientras se toman unos boquerones.
Me gustaría no volver a oír una palabra sobre las luchas intestinas del partido que hasta hace poco estaba en el poder.
Me gustaría saber por qué ese partido no cortó por lo sano los sueldos astronómicos de los altos cargos de entidades financieras intervenidas por el Estado y, en cambio, este que manda ahora sí lo ha hecho.
Me gustaría que el Gobierno dejara en paz a las mujeres que quieren abortar. O que prohiban el aborto, si tan criminal les parece, pero que hagan que las guarderías sean gratuitas. Y los pediatras. Y las escuelas. Y que hagan la vida mucho más fácil a las madres que sacan adelante a sus hijos más solas que la una.
Me gustaría saber por qué hay compañías aéreas que cierran y otras siguen funcionando.
Me gustaría saber, si Camps es inocente o así, por qué no vuelve a ser presidente de la comunidad valenciana.
Me gustaría saber por qué Telefónica mantiene en un alto cargo a un hombre alto al que le acusan de cosas tremendas, por las que a cualquier ciudadano de a pie ya le estarían empapelando.
Me gustaría saber en qué estaba pensando la esposa del señor alto cuando compraba los kilómetros de cortinas de un chalet enorme, que teóricamente no se puede pagar con cuatro informes chungos sacados de Internet.
Me gustaría pensar que el amor cegaba a esta mujer.
Me gustaría saber cómo hacer una buena tortilla de alcachofas. Sí, me gustaría.



UN MOMENTO NEGRO

Dominical 12/02/2012

Mi hija me mira con asombro: estoy insultando al televisor. Me ofrece una cucharada de helado como para apaciguarme y me pregunta qué me pasa, por qué insulto al tipo de la pantalla, por qué estoy armando este follón. Intento contárselo. Me aturullo. La indignación me impide articular un discurso mínimamente coherente. ¿Cómo explicarle a una adolescente de 14 años que su madre está fuera de sí porque a un señor con traje le acaban de declarar `no culpable" en un juicio, cuando su madre y unos cuantos millones de españoles que han escuchado las cintas de las conversaciones de este señor con el tipo más corrupto de Levante —o sea un tipo megacorrupto— están convencidos de que es culpable? ¿Cómo explicarle que al mismo tiempo que se juzga a este señor, se juzga a un juez honesto por investigar los hechos que pasaron en una guerra civil que ella misma está estudiando en clase, juez que además estaba persiguiendo a esos mismos corruptos? Sigo embrollándolo todo, no encuentro las palabras. Los hechos me parecen aberrantes.

La realidad esta, donde, en palabras de Manuel Rivas, "cuando no se distingue el día de la noche, la justicia de la injusticia, no hay espacio para los porqués", me supera absolutamente. Me pregunto cómo las generaciones que vengan van a explicarse este momento oscuro de la historia de este país que ya ha tenido momentos negrísimos. Pero aun en los momentos negrísimos existía —al menos esa es la sensación que yo tenía— un cierto sentido de la justicia. Quizás estoy empezando a mirar el pasado con nostalgia, pero creo que nunca ha habido tanta corrupción impune como ahora y aquí. Ni tanta hipocresía invadiendo todos los resquicios de la realidad política. Ni tanto espanto.

Ver a Manuel Fraga despedido con los honores de un prohombre, loado por articulistas, reverenciado, santificado, ha sido para mí una de las cosas más alucinantes que me ha tocado ver. ¿Nadie recuerda lo que hizo? ¿Tanto cuesta consultar las hemerotecas en la red?

Fraga, además del tipo
que se bañó en Palomares para demostrar que no había radiación y de ser el patético artífice de Spain is different, fue un estrecho colaborador de Franco que encontró su hueco en la transición y al que debería alabársele (si es que hay que hacerlo) por sus maniobras sibilinas para oler dónde guisan y por su asombroso maquiavelismo. Por nada más. Cuando ocurrió la tragedia del Prestige, además de menospreciar a los voluntarios, fueron frecuentes sus exabruptos contra los ecologistas. Tampoco parece que se recuerde que el tipo que hoy gobierna Asturias fue el que dio las órdenes equivocadas que provocaron la tragedia del buque. La sensación general es la de un mundo al revés, donde los criminales acaban absueltos y llenos de prebendas, y los inocentes y los que se han dejado la piel defendiendo los valores universales son puestos en la picota. No encuentro las palabras para contárselo a mi hija. Ni siquiera consigo contármelo a mí.



"TIAN TIAN"
Dominical 15/01/2012

Siempre nos quejamos del machismo soterrado (y hasta superficial) de los medios de comunicación españoles, que apenas tienen a mujeres columnistas o en puestos de poder y que generalmente se olvidan de las mujeres a la hora de hacer las listas de personajes del año. Esto no solo pasa aquí, sino en Portugal, Italia, Grecia o Andorra. De hecho, para qué nos vamos a engañar, pasa en todo el continente. Hay avances notables, es verdad, pero salvo en los países nórdicos, ser mujer sigue siendo un hándicap en casi todos los sentidos. Y encima, a la que protestas un poco, corres el peligro de que te califiquen de "feminista", dicho en el mismo tono con que se pronuncia la palabra 'pedófilo'.
También es verdad que comparadas con cualquier mujer de cualquier emirato árabe, las europeas somos las reinas del mambo. La que no se consuela es porque no quiere.

Pero tengo que decir que en mi experiencia, el país europeo donde las mujeres tienen más dificultades para hacerse respetar es Inglaterra. El número de mujeres en puestos de relevancia política y en las grandes corporaciones es mínimo. Es como si después de Margaret Thatcher (una de esas mujeres-que-odian-a-las-mujeres, como se ve en La dama de hierro), hubieran cerrado el cupo de poder concedido al universo femenino.
En ese sentido es muy sintomático que la BBC se haya cubierto de gloria al escoger a la osa panda Tian Tian como una de las "mujeres del año", concretamente del mes de diciembre.

Evidentemente, en la lista de hombres no aparece ningún animal (y se me ocurren unos cuantos, empezando por un toro). Créanme, no es que me sienta degradada personalmente porque incluyan a una osa en esta particular lista. Los osos pandas son bichos encantadores encima comen bambú, que ya es la monda. Pero es que en esta, además de la pobre Tian Tian (a la que han trasladado a Edimburgo desde China, no me extraña que los panda se estrenen y luego tengan dificultades para procrear), han incluido como rostro femenino del año del mes de octubre a ¡la duquesa de Alba! No se conforman con llamar animales (con todo el cariño, estoy convencida) a todas las mujeres, sino que encima se atreven a incluir una de las caras con más retoques de la historia.

Basta echar un vistazo a la cara de esta señora, cosa que he hecho en directo, para darse cuenta que hay algo profundamente artificial y grotesco en ella. Considerarlo un "rostro del año" es consagrar el triunfo del bótox y los implantes de dios sabe qué. Pero seguramente estoy viendo más cosas de las que realmente hay en las elecciones del comité de dirección de la BBC, en las que, por cierto, han incluido a la cantante Adele y a la congresista americana que sufrió un atentado, Gabrielle Giffords. Seguramente no es más que una muestra de lo que Tip y Coll llamaban el típico humor inglés. Aunque me temo que a Tian Tian no le va a hacer ninguna gracia.



 

CODAZOS

Dominical  24/04/11

    Hace unos días asistí a una curiosa conversación con alguien que ha estado en el poder bastantes años. Afirmaba no sentir ninguna nostalgia de su paso por el Gobierno y bendecía el momento en que terminó su paso por la vida pública y empezó otra vez su periplo en la empresa privada.

    Debo decir que en la conversación, absolutamente monopolizada por él, como ya es costumbre entre los hombres de cierta edad que han mandado bastante (al parecer, mandar conduce también a que el sonido de tu propia voz te fascine), estaban también otras personas, que, como yo, nunca habían tenido un cargo. Una de esas personas le preguntó si su paso por el Gobierno le había facilitado el trabajo que tenía en este momento. Nuestro hombre bufó y montó en cólera, acusando al interlocutor prácticamente de todos los crímenes de la humanidad, incluyendo el asesinato de Kennedy. Tan fuerte fue su reacción que todos los que allí estábamos enmudecimos aún más.
    
    Estaba claro que, efectivamente, a nuestro hombre el paso por la política le había facilitado la pertenencia a consejos de administración de empresas diversas y su reacción no hacía sino confirmar lo que todos sabíamos. Por mi cabeza pasó la idea de preguntarle qué puñetas hacen en esos consejos de administración personas que no poseen ningún conocimiento concreto sobre la especialidad de la empresa a la que supuestamente aconsejan. Pero como con los años he aprendido a callarme delante de gente abducida por su propia vanidad, opté por un silencio lo más hostil que pude.
   
    En el metro, de camino a casa, con el sonido de fondo de un acordeón tocado por un rumano y escuchando las conversaciones de mujeres que volvían de trabajar limpiando oficinas, pensé en el abismo cada vez mayor que separa a los que ostentan el poder de la realidad pura y dura.
    
    En el momento en que uno se monta en un coche oficial desaparecen la miseria, las penurias, el mundo precario en el que hacen malabares para llegar a fin de mes los votantes que apoyaron a esos señores que acaban cobrando un sueldazo por asistir a un consejo de administración en el que pasan el rato haciendo sudokus. O haciendo nada.

    El actual desprestigio del que goza nuestra clase política tiene una multitud de causas, pero hay tres que son fundamentales: la más fea es la corrupción contemplada casi como un mérito en ciertas zonas del Estado.
La más peligrosa es la realidad paralela en la que la mayoría de los políticos parecen vivir: aislados de los ciudadanos, convierten en problemas cosas que no lo son y no se enfrentan a los problemas reales que, a poco que uno vaya en metro (no solo cuando hay que inaugurar alguna obra faraónica), al mercado (no solo a besar niños y estrechar manos) o a cualquier bar de barrio, son bastante fáciles de detectar.
La más patética es ese patio de colegio en el que se convierten los partidos a la hora de decidir quién va, en qué orden y en qué lista. ¿No podrían ahorramos al menos el penoso espectáculo de los codazos, del quítate tú para ponerme yo? ¿Es eso pedir demasiado?



VERGÜENZA

ISABEL COIXET
Directora de cine

En los últimos diez meses, Twitter ha pasado de 100 a 250 millones de mensajes al día. La fiebre de retransmitir a los demás las opiniones, las ideas, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer ha invadido el mundo y ha obligado hasta a aquellos que por definición son más reacios a comunicar nada remotamente auténtico, léase nuestra clase política, a unirse a la ola twitera. No voy a ocultar que Twitter no es lo mío.
Y más desde que alguien que se hace pasar por mí no duda en decir cosas que yo nunca diría y comunicarse con amigos míos, que ingenuamente le contestan para luego llamarme y decir que digo cosas muy raras en Twitter. Así que aprovecho pues estas líneas para decir que no he tenido ni tengo cuenta de Twitter, y que tampoco pienso tenerla. Se me escapa completamente la fascinación que esos 140 caracteres tienen sobre el universo porque me cuesta entender el exhibicionismo que se necesita para pensar que al resto del mundo le interesan mis idas y venidas, la gente a la que sigo o mis desventuras con el dentista.
Pero en fin, si cada día 250 millones de personas en el mundo se enganchan al Twitter debo de ser yo y no Ashton Kutcher la que está equivocada. Otro tema que me supera son los trending topics: las cosas que se comentan más cada día en Twitter. Hace unos días, el trending topic del día no fue la pobre niña china a la que atropellaron dos veces y abandonaron, o el discurso de Botín sobre la deuda soberana (del que únicamente me quedó claro que el coco definitivamente está aquí) o la nueva nariz de Lady Gaga.
El trending topic fue Ana García Obregón y su intervención en el programa La caja de Tele 5. La verdad es que ese rato de televisión que tuve la desdicha de ver fue una de las cosas más lamentables que he visto en años. Esta mujer se pasó cerca de una hora haciendo mohínes, llorando, agitando unas uñas postizas estremecedoras, moviendo con dificultad unos extraños carrillos hinchados de bótox y lo que es peor, mintiendo como una cosaca. Pocas veces he visto y oído una colección de trolas tan demencial, trolas que además son fácilmente demostrables.
Nada más empezar el programa, dijo que hizo un casting para una película llamada Sentados al borde de la mañana con los pies colgando y que le dieron el papel, pero que no pudo hacerla porque su padre se lo prohibió porque era menor y tuvo que indemnizar a la productora.

Pues bien, cualquiera puede comprobar en tres segundos, consultando la web imdb.com, que esta mujer efectivamente sale en la película y que ya tenía 23 años cuando la hizo. Pero lo peor no fue eso ni sus delirios grotescos sobre Spielberg, David Beckham o Warren Beatty. En Estados Unidos, lo que dijo de Warren Beatty le hubiera costado años de cárcel. Lo peor fue la confesión sobre un intento de violación que dice haber sufrido en Los Ángeles y que la ha traumatizado de por vida. Ahí la falsedad era tan obvia que la vergüenza ajena y la mía propia me hicieron apagar el televisor.

Vergüenza por los millones de mujeres que cada día sufren abusos y ni son trending topics ni son nada. Mientras que esta señora, o lo que sea, acapara esos 140 malditos caracteres.


SI GRAHAM BELL VIERA ESTO

Dominical  24/04/11

Expertos de la Universidad de Michigan han estudiado los efectos que tiene sobre la concentración y la memoria la posesión de un smartphone, esos teléfonos con agenda, Internet, mail y aplicaciones sin cuento. Pues resulta que, a diferencia de su nombre, los smartphones convierten a los que los poseen en menos listos, menos concentrados y más olvidadizos, además de fomentar el aislamiento, la incomunicación, la soledad y la mala educación y provocar dolores de cabeza y lesiones en una parte del cerebro. Dado que cuando un grupo de investigadores con una idea en la cabeza se junta para probar algo generalmente lo prueba, me permito dudar de la veracidad de tal estudio, aunque comparto las conclusiones a las que han llegado: basta mirar alrededor para darse cuenta de que algo muy raro está pasando en cuanto a la relación del ser humano con su teléfono.
¿Quién no ha estado en una conversación donde el interlocutor súbitamente pasa de mirarte a los ojos a mirar a la pantalla de su teléfono con arrobo para consultar un mail, aparentemente de una urgencia vital, pero en la práctica probablemente un
spam con una oferta de Viagra o remedios herbales para la migraña? ¿Y quién no se ha pasado un rato en la oficina jugando a los Angry birds o twitteando que está precisamente en la oficina jugando a los Angry birds?

Cada vez más, estamos más fascinados por lo que no vemos y menos interesados en lo que tenemos delante. Como si la cercanía, aquello que podemos tocar, nos aburriera profundamente y aquello que hay más allá, en algún lugar del ciber espacio escondido en nuestro bolsillo, nos pareciera infinitamente más interesante. Pero aunque uno trate de resistirse no se libra nadie.

Vivimos todos en un sin vivir con la nuca inclinada hacia la pantalla de nuestro teléfono. Pendientes de los mensajes. Los mails. Las llamadas. Las fotos que enviamos. Que nos envían. Las noticias. Los vídeos que comprar timos y comparten con nosotros. Las aplicaciones que nos descubren y descubrimos. Los gadgets absurdos que nos permiten pescar, patinar, esquiar o filmar con textura de Súper 8 o cine mudo mientras descubrimos un álbum familiar de una mujer japonesa que murió hace 30 años.

Ahora todo, las personas, las marcas comerciales, las romerías rocieras, los museos, hasta los monjes trapenses han creado su propia aplicación. Confieso abiertamente, no sinvergüenza, mi adicción a las aplicaciones del iPhone: el sacacuartos más divertido que se ha inventado últimamente. Para mí, son el equivalente a seguir jugando a las casitas y a los cromos, aunque les pese a los expertos de la Universidad de Michigan y a mi córtex cerebral. Pero la aplicación para dejar de estar enganchado a las aplicaciones todavía no se ha inventado.