JUAN JOSÉ MILLÁS La Opinión de Murcia 25.08.2013
En Adif tienen de todo menos vergüenza y jefes de seguridad. Lo de la vergüenza lo sospechábamos porque nadie ha dimitido todavía. Lo de los jefes de seguridad, porque le han devuelto la carta al juez asegurándole que las cosas, en esa empresa, no funcionan de ese modo. Empezábamos a intuirlo, sobre todo después del accidente. Si hubieran tenido un jefe de seguridad, se habría dado cuenta de que la curva de Angrois no disponía del sistema de frenado inherente a su peligro. Cuando se descubrió la rapidez, se inventaron a la vez los frenos, de manera que hubiera siempre una proporción, una simetría, un equilibrio entre los kilómetros/hora y la capacidad para detener la máquina. Significa que a nadie se le ocurriría dotar a una moto de carreras de unos frenos de bicicleta de paseo. Y si se le ocurriera y el piloto tuviera un accidente, pediría perdón y se iría a su casa.
Un tren que va casi a 300 y que tiene que reducir de repente a 80 debería estar dotado de algo más que de un conductor atento a la pantalla. El conductor atento a la pantalla puede sufrir un despiste, volverse loco o distraerse con una llamada telefónica inoportuna. Un maquinista, en la situación descrita, es el equivalente a unos frenos de bicicleta en un reactor. Esto lo hemos empezado a entender usted y yo, personas de la calle, ahora, pero lo hemos entendido deprisa porque los muertos no se hacen esperar, sobre todo cuando se cuentan por decenas.
Pero aquí cuando los muertos se cuentan por decenas es cuando las autoridades reaccionan más tarde. Aquí hemos tenido un Yakolev sin que el ministro responsable recibiera la sanción alguna. Es más, parece que fue ascendido y anda por ahí de embajador. Aquí hemos tenido olvidado lo del metro de Valencia hasta hace cuatro días, cuando lo de Jordi Évole en la tele. Aquí hemos tenido un Spanair en el que se echó la culpa al muerto. Ahora tenemos un Adif que no sabe, no contesta y que para más inri es el dueño de las infraestructuras, no de los trenes, división inteligente donde las haya y cuyos resultados se van evidenciando. Así las cosas, es normal que no sepan a quién enviar al juez ni quién debe cesar por respeto a sí mismo y a los familiares de los muertos. ¿Somos o no somos la leche?
Un tren que va casi a 300 y que tiene que reducir de repente a 80 debería estar dotado de algo más que de un conductor atento a la pantalla. El conductor atento a la pantalla puede sufrir un despiste, volverse loco o distraerse con una llamada telefónica inoportuna. Un maquinista, en la situación descrita, es el equivalente a unos frenos de bicicleta en un reactor. Esto lo hemos empezado a entender usted y yo, personas de la calle, ahora, pero lo hemos entendido deprisa porque los muertos no se hacen esperar, sobre todo cuando se cuentan por decenas.
Pero aquí cuando los muertos se cuentan por decenas es cuando las autoridades reaccionan más tarde. Aquí hemos tenido un Yakolev sin que el ministro responsable recibiera la sanción alguna. Es más, parece que fue ascendido y anda por ahí de embajador. Aquí hemos tenido olvidado lo del metro de Valencia hasta hace cuatro días, cuando lo de Jordi Évole en la tele. Aquí hemos tenido un Spanair en el que se echó la culpa al muerto. Ahora tenemos un Adif que no sabe, no contesta y que para más inri es el dueño de las infraestructuras, no de los trenes, división inteligente donde las haya y cuyos resultados se van evidenciando. Así las cosas, es normal que no sepan a quién enviar al juez ni quién debe cesar por respeto a sí mismo y a los familiares de los muertos. ¿Somos o no somos la leche?