Lo que está haciendo el gabinete de Rajoy no es gobernar, sino desmontar, uno por uno, los derechos y libertades que cimentaron el espíritu de la Constitución de 1978
Almudena Grandes 3 SEP 2012 El País
¿Han sido felices este verano? Espero que sí, porque la memoria de esa felicidad va a resultar imprescindible en los próximos meses. Y no crean que invoco las tinieblas del otoño para llamarles a la resignación ante el rescate inevitable. Me propongo animarles a hacer más bien lo contrario.
Los taurinos saben que un toro manso es más peligroso que uno bravo. Los aficionados al boxeo, que la reacción de un púgil acorralado puede ser más violenta que la de su rival. Este gobierno manso, que está contra las cuerdas, no sólo ilustra admirablemente estas metáforas, sino que además, y eso es lo más grave, desborda con creces el mandato que recibió en las urnas. Una mayoría absoluta jamás puede servir de coartada para minar el consenso democrático, fulminando por decreto las bases de una convivencia acordada por la mayoría de los españoles. Por eso, lo que está haciendo el gabinete de Rajoy no es gobernar, sino desmontar, uno por uno, los derechos y libertades que cimentaron el espíritu de la Constitución de 1978.
Si entonces los ciudadanos fueron llamados a las urnas para aprobar aquel texto en referéndum, hoy no pueden asistir impasibles al espectáculo de su demolición, a manos de un gobierno tan inepto como soberbio, que no sólo no se molesta en informarles de unos acuerdos que van a empeorar sus condiciones de vida durante generaciones, sino que a la vez intenta impedir por cualquier medio que se difundan teorías contrarias a las suyas. Esta crisis, que es mucho más que una coyuntura económica, sólo terminará cuando ocupen el poder políticos capaces de hacer política, y consultar a los ciudadanos, respetar su opinión, es la primera obligación de un demócrata. Si Rajoy tiene miedo de convocar un referéndum, debería dimitir, en lugar de embestir como un toro manso contra los ciudadanos cuyos intereses debería proteger.
http://elpais.com/elpais/2012/08/31/opinion/1346412300_976481.html