Juan Torres López - Público.es 10 de septiembre de 2014
El fallecimiento de cualquier ser humano es causa de dolor, sea quien sea, y cuando ha muerto Emilio Botín lo primero es manifestar sinceramente el pesar a su familia, hijos y allegados. Pero eso no puede quitar, tratándose de una figura tan relevante como él, que surjan al mismo tiempo otras reflexiones sobre su trayectoria como banquero. Es difícil olvidarse de que Botín refleja mejor que nadie en España el poder de una casta que actúa por encima del bien y del mal y que decide sobre los demás como si nada más que sus propios intereses fuese lo que hay que tener en cuenta.
Hasta en cuestiones aparentemente baladís, como las del protocolo, quiso imponer siempre Botín su impronta y privilegios para saciar su sed de poder y, a la postre, de dinero. Lo saben bien presidentes, ministros, rectores, magistrados, y hasta el propio rey. Su gabinete se encargaba manu militari de que el banquero compareciese siempre por encima de los demás aunque fuese ensombreciendo a quienes por rango y representación estaban muy por encima de él. Aquella foto junto a la Virgen del Pilar imponiendo un manto con el logo de su banco también lo dice todo.
¿Qué ocurriría si los españoles de a pie supieran con pelos y señales de dónde ha salido su fortuna y la de su banco, lo que Botín orquestó para acumular bancos, empresas, inmobiliarias, y para comprar a personas y políticos a su servicio? ¿Cómo reaccionaría si se enterasen de lo que hizo para quedarse con Banesto o cómo engañó a miles de personas con las cesiones de crédito?
Botín ha sido el paradigma de banquero causante de daños y de una crisis descomunal que sale de rositas de cualquier cosa que haga como muestra de que el poder es él y lo que representa, por encima de cualquier otra institución representativa. Ha sido la muestra palpable de que el sistema financiero actual y el capitalismo en general son cada vez más, o quizá ya definitivamente, incompatibles con la democracia y con la división de poderes.
Con el tiempo se supo que la entonces secretaria de Justicia y más tarde todopoderosa vicepresidenta del gobierno y hoy miembro del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, dio órdenes a la fiscalía para que no se actuara contra él y de él dijo el Tribunal Supremo que “su actuación transgrede la ética y repugna socialmente”, lo que al fin y al cabo es lo peor que puede decirse de uno. Y, desde luego, sin que nadie haya sido capaz de condenarlo por ese tipo de cosas que no tienen efectos simplemente estéticos o morales, sino económicos y patrimoniales muy graves para millones de seres humanos.
Ahora solo cabe esperar que Emilio Botín descanse en paz pero aquí abajo deja una estela de mal hacer, de impunidad y de crisis provocadas por la avaricia bancaria de los banqueros como él que produce sufrimiento y daño a millones de personas.
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