Lucas Leon Simon
No se si la Iglesia Católica de nuestro país establece un mínimo de capacidad intelectiva para promocionar a los pastores de sus rebaños provinciales, pero si lo hace, y a tenor de los últimos ejemplos, tiene el rasero muy bajo.
A un pastor de esta grey, que andaba por allá perdido en una diócesis de tercera, cerca del Ebro, se lo traen al Sur, comienza a decir tonterías y todavía no ha parado.
En menos de dos años, el monseñor de marras ha hablado de una “conspiración de la Unesco para hacer homosexual a media humanidad”, ha negado el carácter de “Mezquita”, abdicándolo con el de “Catedral”, a una construcción milenaria, emblema de una ciudad, una cultura y religión, que es unívocamente islámica pese a su fe de carbonero, y, en plena disentería, se ha referido a las maldades de la sociedad que “conducen a la fornicación excesiva”.
“Huid de la fornicación” dice el curato en una carta pastoral, que menos mal que va dirigida solo a sus fieles. O sea, a su rebaño. En este opulento protagonismo que quiere asumir el pastor, no se sabe si destaca más por sus síntomas o por su diarrea. Y da que pensar que tenga que ser el sexo el vehículo cómplice de tanta proeza. Como si esta secta universal no tuviera ya bastante con los millares de casos de pederastia que se destapan a diario en todo el “urbe et orbi”.
Con la que está cayendo en nuestro mundo en forma de crisis mafiosa de la economía para que venga un “illuminati” cateto a decirle a los millones de parados que tienen que hacer con su sexualidad. Y además, utilizando un verbo latino inadecuadamente al contexto al que quería referirse ( fornicari tiene que ver con la relación sexual con prostitutas).
Da grima la Iglesia de nuestro país. No han hecho un mínimo ejercicio crítico de su decisiva contribución a una monstruosa guerra civil, no se ha disculpado por ello, recibe una no menos monstruosa subvención estatal, no pagan impuestos, intrigan contra la sociedad, los gobiernos y las leyes civiles y son de una cortedad de miras y de espíritu que alucina.
Vivo en la misma ciudad que el lumbreras a que me refiero, pero obsceno contra obsceno, creo que estaba en la jaula de los tontos, y, de pronto, lo han soltado.