Isabel Coixet
Un momento negro
Dominical 12/02/2012
Mi hija me mira con asombro: estoy insultando al televisor. Me ofrece una cucharada de helado como para apaciguarme y me pregunta qué me pasa, por qué insulto al tipo de la pantalla, por qué estoy armando este follón. Intento contárselo. Me aturullo. La indignación me impide articular un discurso mínimamente coherente. ¿Cómo explicarle a una adolescente de 14 años que su madre está fuera de sí porque a un señor con traje le acaban de declarar `no culpable" en un juicio, cuando su madre y unos cuantos millones de españoles que han escuchado las cintas de las conversaciones de este señor con el tipo más corrupto de Levante —o sea un tipo megacorrupto— están convencidos de que es culpable? ¿Cómo explicarle que al mismo tiempo que se juzga a este señor, se juzga a un juez honesto por investigar los hechos que pasaron en una guerra civil que ella misma está estudiando en clase, juez que además estaba persiguiendo a esos mismos corruptos? Sigo embrollándolo todo, no encuentro las palabras. Los hechos me parecen aberrantes.
La realidad esta, donde, en palabras de Manuel Rivas, "cuando no se distingue el día de la noche, la justicia de la injusticia, no hay espacio para los porqués", me supera absolutamente. Me pregunto cómo las generaciones que vengan van a explicarse este momento oscuro de la historia de este país que ya ha tenido momentos negrísimos. Pero aun en los momentos negrísimos existía —al menos esa es la sensación que yo tenía— un cierto sentido de la justicia. Quizás estoy empezando a mirar el pasado con nostalgia, pero creo que nunca ha habido tanta corrupción impune como ahora y aquí. Ni tanta hipocresía invadiendo todos los resquicios de la realidad política. Ni tanto espanto.
Ver a Manuel Fraga despedido con los honores de un prohombre, loado por articulistas, reverenciado, santificado, ha sido para mí una de las cosas más alucinantes que me ha tocado ver. ¿Nadie recuerda lo que hizo? ¿Tanto cuesta consultar las hemerotecas en la red?
Fraga, además del tipo que se bañó en Palomares para demostrar que no había radiación y de ser el patético artífice de Spain is different, fue un estrecho colaborador de Franco que encontró su hueco en la transición y al que debería alabársele (si es que hay que hacerlo) por sus maniobras sibilinas para oler dónde guisan y por su asombroso maquiavelismo. Por nada más. Cuando ocurrió la tragedia del Prestige, además de menospreciar a los voluntarios, fueron frecuentes sus exabruptos contra los ecologistas. Tampoco parece que se recuerde que el tipo que hoy gobierna Asturias fue el que dio las órdenes equivocadas que provocaron la tragedia del buque. La sensación general es la de un mundo al revés, donde los criminales acaban absueltos y llenos de prebendas, y los inocentes y los que se han dejado la piel defendiendo los valores universales son puestos en la picota. No encuentro las palabras para contárselo a mi hija. Ni siquiera consigo contármelo a mí.