Forma ya parte de nuestras vidas. Que si Camps, que si Fabra, que si Costa, que si te digo yo que no, que si la trama madrileña, que si Gürtel, que si Brugal, que si Campeón... Desde que el juez —que ahora ya no lo es, ¡qué curioso!— Garzón empezó a seguirle la pista a los abogados de Correa, todos sabíamos que alguien, algún día, iba a tirar de la dichosa manta.
Ese pedazo de tela rancia y pestilente parecía encubrir la culpa de los corruptos, el entramado de responsabilidades compartidas por quienes han esquilmado este país en su propio beneficio, ladrones de guante blanco capaces de invocar la soberanía popular y el Estado de derecho para afirmar en público su inocencia, mientras en privado recurrían a un principio mafioso, mucho más eficaz. Si tú cuentas lo mío, yo cuento lo tuyo. Entretanto, aquí ha pasado de todo, tribunales recusados, fiscales desautorizados, sentencias incomprensibles, leyes redactadas a la carta, sumarios que se perdían, testigos que se arrepentían, procesos que explotaban en el aire como pompas de jabón... Así hemos llegado a este amargo final.
El abogado de Bárcenas ha dicho que su cliente aprovechó la amnistía fiscal de Montoro para blanquear su patrimonio personal, 10 millones de euros de los 22 que tenía en Suiza. Hacienda intentó desmentirlo y Bárcenas tiró de la manta, recordando en voz alta los sobres llenos de dinero —¿y por qué no dice quién se lo daba?— que repartió durante años, mientras ocupó el cargo de tesorero, por los pasillos de la sede del PP. Esa revelación resuelve el misterio de que haya ganado 10 millones en tan poco tiempo, desde luego, pero plantea un enigma más perverso. Porque, al salir volando, la manta ha dejado al descubierto la insoportable sensación de que quienes seguimos viviendo en la intemperie somos los ciudadanos de a pie. Los de siempre.